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218 EL MÁRTIR<br />

» donar. Roma te concede el tiempo necesario para el viaje, y el<br />

» emperador tu amigo te aconseja que no lo demores, porque nin-<br />

» gun acusado, ni aun el César, puede evadir su persona ante los<br />

» magistrados. Durante el viaje, Mario puede enterarte de la ley IV<br />

» para que te tranquilices. Te espera tu emperador — Augusto. »<br />

Heródes terminó la carta, procurando dominar las encontradas<br />

emociones que agitaban su corazón.<br />

Por una parte, el César, el poderoso Octaviano, el gran Augusto,<br />

el dueño del mundo, le llamaba querido y amigo; y por la otra, sus<br />

hijos le acusaban ante los tribunales de Roma como asesino de su<br />

esposa.<br />

— ¿ Conque mis hijos me acusan y reclaman mi presencia en<br />

Roma?<br />

— Y Roma no puede negarles lo que piden. Patricios y libertos,<br />

nobles y plebeyos, militaires y sacerdotes, todos en fin cuantos en<br />

las dilatadas provincias donde extiende sus alas el águila romana<br />

acatan la autoridad del César y de los magistrados de su imperio,<br />

deben acatar la ley que justa é imparcial descansa escrita en las<br />

tablas del Capitolio.<br />

— Pues bien, romano, yo acato la ley, y te nombro mí patrono.<br />

Léeme la lev IV de los Decenviros.<br />

— Antes de que yo te acepte por mi cliente es preciso que .conozcas<br />

los deberes que unen hasta el dia de su muerte al defensor y al<br />

defendido.<br />

— Habla, pues.<br />

El romano dejó el libro sobre una mesa, y con un ademan indicó<br />

á los esclavos que podian retirarse.<br />

Cuando se quedó solo con Heródes le dijo :<br />

— Puesta tu mano sobre estas leyes que nos rigen, y tu conciencia<br />

en los dioses que nos protegen, vas á jurar que desde el<br />

instante en que me tomes por tu patrono verás en mí la persona de<br />

tu hermano; que nunca me acusarás ante los tribunales, ni por<br />

ningún pretxeto podrás ser testigo en cosa que en mi daño recayere,<br />

y que tu vida estará siempre dispuesta á salvar la mía.<br />

— Lo juro, — exclamó Heródes extendiendo la mano sobre el<br />

libro.<br />

— Yo juro también, sin violencia de ninguna especie, no acusar

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