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396 EL MÁRTIR DEL GÓLGOTA<br />

tura? ¡Oh, qué buena eres! ¡No sé por qué, me dice el corazón<br />

que he de ser muy feliz!<br />

Enoe exhaló un suspiro.<br />

Cingo, loco de alegría, comenzó á recoger todo lo que creia indispensable<br />

para el viaje.<br />

La egipcia miraba de vez en cuando al negro, pero sus ojos se<br />

fijaban aveces con una tenacidad particular en la calabaza que colgaba<br />

de su cinto. Diríase que con sus miradas quería absorber las<br />

pequeñas víboras que se agitaban en el seno de aquel vegetal.<br />

— <strong>Mi</strong>ra, Enoe, voy á dejarte sola unos instantes; necesito llenar<br />

de agua los odres y cargar los dromedarios. Pronto vuelvo : procura<br />

hallarte dispuesta para la partida.<br />

Cingo salió entonando una canción de su país.<br />

Enoe permaneció inmóbil en el "mismo sitio, sólo que, alzando los<br />

ojos al cíelo, exclamó después de lanzar un doloroso suspiro :<br />

— ¡Oh! ¡Cuánto tardas, momento deseado! ¡Antipatro, Antipatro,<br />

confia! ¡<strong>Mi</strong> valor no desmaya! ¡<strong>Mi</strong> memoria está fresca<br />

como el dia de tu muerte.<br />

Después volvió á su habitual posición, triste, inmóbil, llorosa<br />

como la estatua de la amargura, con la mirada en el suelo y las<br />

manos cruzadas sobre las rodillas.

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