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CAPITULO II.<br />

LA GRUTA DE JEREMÍAS.<br />

(Continuación.)<br />

— Queridos compañeros, — dijo Gestas, — mis ruegos no han<br />

conseguido nada: Dímas está resuelto á abandonarnos.<br />

Hubo un momento de silencio.<br />

— La profesión de bandolero es para gente joven, — dijo Dímas,<br />

á quien interesaba la dolorosa actitud de sus antiguos camaradas.<br />

— Cuando las canas asoman á la barba, el hombre necesita descanso<br />

y pensar en Dios,<br />

— Tú eres fuerte y joven, — le dijo Gestas.<br />

— Tengo cincuenta y cinco años; pero no es la edad la que me<br />

agobia: es la conciencia. La palabra de Dios resuena en el fondo de<br />

mi alma. No insistáis más; yo os agradezco el cariño que me profesáis,<br />

pero me es imposible seguiros.<br />

Las palabras de Dímas tenian algo de proféticas.<br />

Los bandidos no se atrevieron á rechazarlas.<br />

— Cúmplase tu voluntad, — murmuró Gestas.<br />

— Así sea, — dijeron casi á coro los demás.<br />

— Ahora, á mi vez, tengo que pediros un favor, que no dudo me<br />

concederéis, — dijo Dímas.<br />

— Habla, te escuchamos, — repuso Gestas.<br />

— Jesús de Nazaret irá este año á la ciudad santa á celebrar la<br />

Pascua, — volvió á decir Dímas; — es probable que los doctores de<br />

Jerusalen, que quieren perderle, procuren apoderarse de su santa<br />

persona, y en ese caso yo tornaré á empuñar una jabelina para defender<br />

al Salvador de Israel. Júrame tú, amigo Gestas, que el día<br />

catorce del mes de Nisan, á la medianoche en punto, estarás en la

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