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CAPITULO Yin.<br />

LA SEMANA DE DANIEL.<br />

Heróles turbóse en sí mismo, y toda<br />

Jerusalen con él. — (EVANGELIO.)<br />

Una hora después, Cingo volvió á entrar en la cámara de su<br />

señor.<br />

— ¿Dóndeextán esos extranjeros? — le preguntó.<br />

— La luz del alba les hallará á la puerta de tu real palacio, —<br />

contestó Cingo con un laconismo admirable.<br />

— ¿Qué gente llevan?<br />

— Poca, señor. Basto yo con los esclavos de tu casa para exterminarlos,<br />

si te place.<br />

Heródes respiró.<br />

— ¿De dónde vienen?<br />

— Dos de ellos de Persia ó Seleucia, y el otro de la India oriental,<br />

según me han informado sus soldados.<br />

— ¿Conque es decir que los patriarcales persas no quieren ahandonar<br />

sus tiendas durante la noche?<br />

— El día no está lejos.<br />

Heródes se deslizó de la cama, y encamináftdose á una ventana, la<br />

abrió para mirar al cielo.<br />

— Está bien, — dijo. —• Pero aquí no estamos bajo los arcos de<br />

su palacio, donde se halla suspendida la campana de lo^ Suplicantes<br />

que anuncia con su timbre sonoro que un ho*mbrepide justicia ásu<br />

señor; aquí estamos en Galilea: yo soy el rey de Jerusalen, y puedo<br />

castigar su desobediencia si así se me antoja.<br />

Heródes, mientras decia eslo, se paseaba por la cámara, ocultando<br />

su agitación.

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