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DEL GÓLGOTA 295<br />

La presencia di 1 gobernador reanimó los instintos sangrientos<br />

feroces del populacho.<br />

Poncio Pilato extendió en dirección á la ¡)laza un ¡j-^queño basto<br />

de oro que llevaba en la mano, como indicando que queria hablar.<br />

Un silencio profundo se extendió por la plaza.<br />

El gobernador abarcó con una mirada de desprecio aquella muchedumbre;<br />

y luego, dirigiendo otra de compasión al reo, dijo con<br />

voz entera y sonora :<br />

— Pueblo que vienes á interrumpir el dulce sueño de la mañana<br />

á tu juez, ¿qué quieres?<br />

— ¡Justicia! ¡La cruz para Jesús Nazareno! exclamaron mil<br />

voces aun tiempo.<br />

Pilato extendió segunda vez el bastón, y dijo :<br />

— ¿De qué delito acusáis á ese hombre? Pero os pre\engo que<br />

no quiero que habléis todos á la vez. Que tome uno de vosotros<br />

la palabra, y los demás que guarden silencio.<br />

Entre los sacerdotes hubo un momento de vacilación, buscando<br />

el (¡ue (1 bia exponer ante el juez romano los crímenes imaginarios<br />

del Nazareno,<br />

Por fin eligieron á un hombre que se prestó á tan degradante comisión.<br />

Tenia una voz estentórea y una estatura elevada.<br />

Este hombre, que avanzó hasta llegar junto á los estandartes, se<br />

llamaba Beli-Beth.

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