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CAPITULO Y.<br />

EL SUICIDA.<br />

Juan se habia reunido con la Virgen y Magdalena á pocos pasos<br />

de la casa del pontífice Caifas.<br />

La Madre de Jesús y la dolorosa castellana de Mágdalo habian<br />

pasado parte de la noche sentadas sobre unos maderos, á la puerta<br />

de un carpintero.<br />

Allí esperaban con el corazón traspasado de dolor y los ojos llenos<br />

de lágrimas, que Juan les participara el resultado de la sentencia.<br />

. — ¿Qué es de mi Hijo? — exclamó María con doloroso acento.<br />

Juan no pudo responder: los sollozos se lo impedían.<br />

La profunda amargura del discípulo fué para aquella Madre una<br />

revelación dolorosa.<br />

Trascurrió un breve momento sin que nadie se atreviese á interrumpir<br />

aquellas lágrimas, aquellos sollozos.<br />

En medio de este silencio, la Virgen oyó en una casa inmediata<br />

que permanecía cerrada, el ruido estridente de una sierra que<br />

cortaba madera, y el golpe seco de los martillos que clavaban<br />

clavos.<br />

Aquellos golpes resonaban de una manera dolorosa en el corazón<br />

de María.<br />

Poco después vieron venir un hombre hacia aquel sitio.<br />

Este hombre se detuvo delante de la casa y llamó-<br />

— ¿Quién va? — dijo una voz varonil desde adentro.<br />

— Abre, Jacob; soy yo. Maleo, un servidor del sumo pontífice,<br />

— res|)ondíó el de afuera.<br />

El ruido cesó, y un hombre con un farol en la manoabrió la puerta.<br />

II. 10

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