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360 EL MÁRTIR DEL GÓLGOTA<br />

— Bueno es saberlo.<br />

— Las rondas serán más frecuentes, ya lo sabes • se ha encargado<br />

mucha vigilancia.<br />

— Según eso, les da un poco de asco el prisionero de ía torre<br />

alta.<br />

— ¡ Chist! Cocles, el soldado romano cobra su sueldo, calla y<br />

obedece.<br />

— Tienes razón, Heraclio; el tiempo dirá por quién deben desnudarse<br />

nuestras espadas.<br />

— En Roma, la muerte de un emperador es siempre una fortuna<br />

para sus legiones, porque el nuevo rey derrama á manos llenas el<br />

oro entre los soldados.<br />

— Nosotros podíamos establecer también esa costumbre en<br />

Judea. ¿No son tres los herederos ?<br />

— Sí, pero...<br />

Aquí se interrumpió la conversación. Se oyeron pasos que se<br />

acercaban á la puerta del encierro de Antipatro, y otros pasos que<br />

se alejaban.<br />

El príncipe volvió á echarse sobre el montón de paja que le<br />

servia de lecho, procurando recoger la gruesa cadena, para no<br />

hacer ruido.<br />

Poco después, la pesada puerta giró sobre sus enmohecidos<br />

goznes, y un hombre entró en el calabozo, cerrando la puerta tras<br />

de sí.<br />

Aquel hombre llevaba en una mano un farol y en la otra una<br />

cesta de palma.<br />

Era Cingo el negro.<br />

Se acercó hacia el miserable lecho* del desgraciado príncipe, dejí<br />

ambas cosas en el suelo, y dijo con voz pausada :<br />

— Buenas noches, príncipe mío.

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