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EL MÁRTIR DEL GÓLGOTA 61<br />

Cuenta la tradición, que cuando la madre del Bautista supo la<br />

terrible matanza de Belén, huyó con su híjo en brazos.<br />

Perseguida por varios soldados, corría por una áspera montaña<br />

como la amedrentada corza.<br />

De repente observó que el camino se cerraba ante su paso.<br />

Se encontraba en un profundo barranco : rocas inaccesibles<br />

delante; detras los infames perseguidores, ya con el cuchillo levantado<br />

sobre su cabeza.<br />

— ¡Dios de Abraham y de Jacob! — exclamó Elisabet con voz de<br />

espanto, — Tú me has dicho por conducto de tus ángeles que el<br />

fruto de mi seno era el precursor del Mesías. Si le dejas morir, lo<br />

que me dijeron tus emisarios era falso.<br />

Entonces se abrió una roca en cuyo fondo resplandecía una gran<br />

claridad, y una voz la dijo :<br />

— Entra.<br />

Elisabet entró : la roca volvió á cerrarse; los soldados se abalanzaron<br />

sobre aquel muro que les cerrabael paso, robándoles la presa,<br />

descargando inútilmente las centelleantes cuchillas sobre la dura<br />

pienra, que despidió chispas sobre sus rostros.<br />

Huyeron espantados.<br />

Juan el Bautista, el precursor de Cristo, se habia salvado como<br />

el hijo de María del furor de sus perseguidores.<br />

El desierto fué desde entonces su morada.<br />

Las fieras respetaron el cuerpo de aquel que huyendo de los hombres<br />

se refugiaba entre ellas, del (¡ue más tarde debia arrojar sobre<br />

la cabeza del Hijo de Dios las purilicadoras aguas del bantismo.<br />

El nombre de Juan y el maraNÍlloso poder de sus palabras se extendieron<br />

por todos los ámbitos de Palestina.<br />

La vida nueva que el Bautista predicaba tenia dos bases profundas,<br />

humanitarias : la limosna, el desinterés.<br />

Sentado sobre una roca, á la sombra de un árbol, aquel hombre<br />

que apenas contaba treinta años, sereno como un cielo sin nubes,<br />

majestuoso como los cedros d(d Líhano, cuya conciencia ei'a recta<br />

como el tronco de una palmera de Bethania, rodeado de una multitud<br />

que sedienta de sus palahras acudía á oirsu voz, les diM-ia con<br />

un acento que penetraba hasta lo más recóndito de los corazones :<br />

— « ¡ Raza de víboras 1 ¿quién os mostró á huir de la ira ([ue aun

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