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172 EL MÁRTIR<br />

Ya muy entrado el dia, los viajeros, temerosos de que la luz del<br />

sol les entregara á sus enemigos, se ocultaron en un bosquecillo de<br />

palmeras de la tribu de Zabulón, cuya solitaria y abundosa sombra<br />

les ofrecía un abrigo durante las horas del dia.<br />

El murmurio de los arroyuelos que nutre el Cison durante las<br />

tempestades del equinoccio, el suave gemido de las brisas que se<br />

mecían entre las gallardas copas de las sabrosas palmeras, el canto<br />

tierno y cadencioso délos pajarillos, el doliente arrullo de la tórtola<br />

silvestre, acomj)añaron con sus melodiosos ecos la permanencia de<br />

los fugitivos en aquel valle hospitalario.<br />

La sonrisa del inocente Niño, el trasparente cielo, el aura embalsamada<br />

de los campos, comenzaron á tranquilizar el angustiado<br />

corazón de María, cuando José, que se hallaba ocupado en los preparativos<br />

de la frugal comida, paralizó sus brazos y quedóse inmóbil<br />

con el oído atento.<br />

— ¿Has oído, María? — preguntó á la Virgen.<br />

La joven nazarena escuchó un momento.<br />

Sus sonrosadas mejillas palidecieron, é instintivamente apretó á<br />

su Hijo contra el corazón.<br />

El Niño no sonreía; las tórtolas no arrullaban; los pajarillos del<br />

bosque suspendieron los arpados trinos en sus gargantas, y una<br />

nube sombría oscureció el ardiente disco del sol.<br />

— Oigo, murmuró María en voz muy baja — así como ruido de<br />

armas y pisadas de caballos al extremo opuesto de este valle.<br />

— Sí, hacia la montaña, por el camino romano que conduce á<br />

las riberas de Hepha : tal vez son mercaderes de Toleimaida ó Tiro<br />

que regresan á sus puertos.<br />

— i Si fueran herodianos!...<br />

Y María, amedrentada de tal pensamiento, apenas pronunció las<br />

últimas sílabas.<br />

— Tranquiliza tu espíritu; este valle se halla apartado del camino.<br />

Luego siguió una breve pausa.<br />

Las pisadas de los caballos se iban aproximando.<br />

María ocultó maquinalmente á Jesús entre los flotantes extremos<br />

de su manto hebreo, y alzó los ojos al cielo en ademan suplicante.<br />

José estaba á su lado, mudo, triste y con la dolorosa mirada fija

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