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284 EL MÁRTIR<br />

» tú despedazas con mano cruel y sangrienta. ¡Ahora acaba de salir<br />

» de mis entrañas y tú le arrojas contra la dura tierra!...<br />

X » Otra madre desconsolada, al \er que despedazando á la prenda<br />

» de su corazón la dejaban con vida, decia á su verdugo:<br />

—¿Para qué me dejas sola? Sí hay culpa, esa es mia, mia, ¿ no<br />

» lo oyes ? Si no hay delito y es sólo por el placer de matar, en-<br />

» tónces, junta la sangre mia con la de mi hijo, y líbrame de este<br />

» modo del dolor que siento.<br />

» Otra, afligida, decia :<br />

— » A uno buscáis y á muchos destruís, y á ese uno que buscáis<br />

» jamas le encontrareis.<br />

» <strong>Mi</strong>entras que otra infeliz, apretando contra su dolorido corazón<br />

>3 el cuerpo ensangrentado de su hijo, exclamaba elevando sus Uo-<br />

» rosos ojos al cielo :<br />

— » i Ven ya, Salvador del mundo ! Por más que te busquen, á<br />

)) ninguno temes : que te vea el tirano y no quite la vida á nuestros<br />

» queridos hijos. »<br />

Hasta aquí San Agustín.<br />

La sangre inocente enrojecía la tierra.<br />

El dolor de algunas madres era tan inmenso, tan terrible, que se<br />

sentaban en el suelo con los destrozados cuerpos de sus hijos en los<br />

brazos, y comenzaban á mecerles y á cantarles, como para dormirles.<br />

^<br />

Aquellas desgraciadas tenían los ojos sin lágrimas, la sonrisa en<br />

los labios, y cantaban, porque habían perdido la razón.<br />

Otras, más varoniles y menos resignadas con su suerte, al ver<br />

maltratados á los queridos trozos de sus entrañas, se abalanzaban<br />

contra los verdugos como las panteras heridas, y hacían presa con<br />

sus dientes en las manos de los sayones, cayendo, después de una<br />

lucha desesperada, anegadas en sangre sobre el cadáver de sus<br />

hijos.<br />

Más de sesenta belemitas, sacrificados al furor de Heródes, yacían<br />

degollados en el ancho patio de la piscina.<br />

El cuadro era horrible, espantoso; la historia lo recuerda con<br />

asombro sin ejemplo.<br />

La cruel matanza había terminado, y los verdugos se disponían á<br />

abandonar aquel inmenso bazar de sangre y dolor, cuando vieron

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