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CAPITULO IV.<br />

EL ANCIANO Y LA PROFETISA.<br />

T luego que fueren cumplidos los dias de<br />

su purificación por liijo ó por hija, llevará<br />

un cordero de un año para holocausto y un<br />

pichón ó una tórtola por el pecado. — (EL<br />

LEVÍTICO, cap. xn,vers. 6.)<br />

La ley de Moisés prescribía á la mujer hebrea la purificación en<br />

el templo, cuarenta dias después del parto.<br />

María, para cumplir con la ley, abandonó la ciudad de David y se<br />

trasladó á Jerusalen.<br />

La Virgen, con el Niño Jesús en brazos, y acompañada de su esposo<br />

llegó alas gradas del templo.<br />

La nazarena era pobre, y sólo podia ofrecer al sacrificio una humilde<br />

tórtola.<br />

La santa Familia esperaba bajo los altos pórticos de la Sinagoga<br />

la hora del rescate de su primogénito, cuando un anciano venerable,<br />

á quien el Evangelio llama Simeón el hombre justo, aijnéndose paso<br />

entre la gente, llegó hasta donde estaban los esposos, y después de<br />

arrodillarse á sus piés tomó al Niño Jesús en brazos, y elevándole a la<br />

altura de su rostro, exclamó con indefinible gozo:<br />

— Ahora es cuando Vos, Señor, dejareis morir en paz á vuestro siervo;<br />

pues que mis ojos han visto al Salvador que Vos nos habéis dado, y á<br />

quien destináis para estar expuesto á la vista de todos los pueblos como la<br />

luz de las naciones'y la gloria de Israel.<br />

Los santos esposos escucharon absortos las palabras proféticas<br />

del anciano Simeón, que con los ojos arrasados en lágrimas permaneció<br />

estático contemplando el candoroso semblante del Niño<br />

Dios.

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