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190 EL MÁRTIR<br />

pues su esposo se encaminaba á Gaza con intención de venderla.<br />

La Virgen se quedó sola, y después de enjugarse los ojos, extendió<br />

una piel sobre el césped, y en esta modesta cama acostó al Niño.<br />

Luego comenzó á disponer sobre los ruedos de palmas algunas<br />

frugales provisiones, para que al regresar su esposo pudiera servirle<br />

el desayuno.<br />

María, distraída con estas ocupaciones, no reparó que á poca<br />

distancia del árbol que le servia de albergue se alzaban dos tiendas<br />

árabes, á cuyos alrededores descansaban diez ó doce dromedarios.<br />

Tampoco observó que unos hombres iban y venian á una fuente<br />

cercana, y llenando grandes pellejos de agua los colocaban cuidadosamente<br />

sobre los arqueados lomos de las ligeras cabalgaduras, nacidas<br />

para el desierto.<br />

Entre estos hombres se hallaba un árabe entrado en años, y que<br />

al parecer debia ser el jefe de los demás, pues les dictaba órdenes<br />

en voz baja, sin ocuparse del ímprobo trabajo que hacia gotear de<br />

sudor la frente de sus compañeros.<br />

El anciano se paseaba con los brazos cruzados desde las tiendas<br />

hasta unas ruinas cercanas junto á las cuales brotaba el manantial.<br />

En uno de estos paseos sus ojos se fijaron en el sicómoro que servia<br />

de tienda á la Virgen.<br />

El árabe vio á María, y se estremeció visiblemente, como si en<br />

Ella hubiera reconocido alguna persona allegada.<br />

Luego permaneció un momento indeciso, pero sin apartar los<br />

ojos de la galilea, la cual, tan abstraída se hallaba con su Hijo, que<br />

no habia reparado en que era objeto de un examen detenido por<br />

parte del árabe.<br />

Por fin, el silencioso observador de la Virgen hizo un movimiento<br />

particular con la cabeza, como el hombre que adopta una resolución<br />

que le ha tenido indeciso por algunos momentos, y luego se encaminó<br />

hacia el árbol donde se hallaban María y Jesús.<br />

— Mujer, la paz sea contigo, — le dijo inclinando ligeramente la<br />

cabeza.<br />

— Árabe, ella te sea propicia, — le respondió la Virgen tranquilamente.<br />

— Perdona si con mi pregunta te parezco indiscreto, — volvió

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