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296 EL MÁRTIR<br />

Aquel pueblo privilegiado, aquella familia de héroes elegida por<br />

Dios para cuna del Verbo Divino, ya no contaba entre sus hijos aun<br />

Moisés que le ilustrara, á un Elias que hiciera llover fuego del cielo<br />

sobre sus enemigos, á un David que les elevara, á un Salomón que<br />

les enriqueciera, y á un Josué que, haciendo parar el sol en su carrera,<br />

les cubriera con los laureles del vencedor.<br />

Su último caudillo, el heroico Judas Macabeo, el adalid fabuloso<br />

de Israel, el caudillo invencibje de Judá, al derramar la última<br />

gota de su sangre por la independencia de su pueblo, habia forjado<br />

las cadenas á las doce tribus de Israel, y desde entonces la ignominiosa<br />

mancha de la esclavitud se esculpía con oprobio en sus<br />

abatidas frentes.<br />

Las setenta semanas de Jacob se babian cumplido. El Mesías anunciado<br />

por los Profetas acababa de descender de los cielos. La raza<br />

humana contaba entre sus hijos al Salvador del mundo. Pero los<br />

judíos olvidaron á sus Profetas, cerraron susojos á la luz y los oidos<br />

á la verdad, y escupiendo la santa faz de Cristo, elevaron sobre el<br />

Gólgota un madero para crucificarle.<br />

Una maldición terrible pesa desde entonces sobre la miserable<br />

raza de los descreídos. Sin patria y sin hogar, sin leyes que les protejan,<br />

sin templos santos que les admitan en su seno para implorar<br />

ante el Dios ofendido el perdón de sus culpas, raza maldita y despreciable,<br />

su suerte es vagar errante sobre la ancha superficie de la<br />

tierra hasta la consumación de los siglos.<br />

Hasta la pacífica y tranquila morada de Elisabet habían llegado<br />

los dolorosos lamentos de las belemitas.<br />

La noble anciana, temiendo por la suerte de su hijo, comunicó<br />

sus temores á una de sus criadas que habia nacido en su casa: Zacarías<br />

se hallaba en Jerusalen ejerciendo los oficios de su *icerdocio;<br />

pero Elisabet no retrocede de su propósito, y apenas el último destello<br />

del dia se extingue tras las montañas de Judá, abandona su<br />

hogar, llevando en brazos al pequeño Bautista, y seguida de su fiel<br />

sirvienta llega al. Carmelo y se instala en una de sus profundas é<br />

ignoradas grutas.<br />

Un puñado de hojas secas sirve de lecho á las dos mujeres y al

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