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CAPITULO III.<br />

EL TRECE DE NISAN*.<br />

La ciudad santa, la muy amada de Salomón, con motivo de la celebración<br />

de la Pascua, presentaba un aspecto sorprendente.<br />

La muralla de Nehemia encerraba entre sus brazos de tosca piedra<br />

un acrecentamiento de más de doscientas mil personas.<br />

Jerusalen, manantial de las creencias israelitas, abrigaba en su<br />

seno á todos los hijos de Abraham, que acudían guiados por la fe<br />

de sus mayores á cumplir con los preceptos de la ley.<br />

El cordero pascual esperaba la hora del sacrificio.<br />

Los sacrificadores, armados del cuchillo matador, miraban con<br />

indiferencia á la paciente victima.<br />

Los sacerdotes, ataviados con sus resplandecientes y sagradas<br />

vestiduras, sacudían las verdes espigas en las gradas del templo de<br />

Sion.<br />

Por todas partes venian mercaderes ambulantes, cuya industria<br />

nómada sigue á la muchedumbre, prestando animación con sus<br />

destempladas voces á las romerías y fiestas populares.<br />

Todas las casas estaban repletas de forasteros.<br />

En los paradores se pagaba un pupilaje exorbitante.<br />

Las tiendas levantadas en el mercado de las Maderas presentaban<br />

un aspecto pintoresco.<br />

La gran plaza de la Piscina Antigua servia de posada á más de<br />

quinientas familias.<br />

Los pobres, esa gran familia desheredada que sin más fortuna<br />

que algún denario de cobre en sus bolsas y la fe en sus corazones<br />

1. 28 de marzo de nuestro calendario.

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