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EL MÁRTIR DEL GÓLGOTA 319<br />

que le defienda de sus enemigos; su mirada de águila se fija sobre<br />

las montañas de Sion, de Acra, de Moría, como se fijó poco antes,<br />

armado de su honda, en la colosal figura de Goliat el gigante<br />

filisteo.<br />

Las escarpadas rocas del valle de Josafat le atraen; arenga á sus<br />

tribus, y ofrece el grado de general de su ejército al primero que<br />

escale aquellas fortalezas que detienen su marcha.<br />

Las trompetas de plata enardecen á los guerreros; Joab, sobrino<br />

del rey, escalad muro en medio de una nube de flechas, y la espada<br />

de Israel degüella á la población jebusea.<br />

David queda dueño de Jerusalen; su reinado crece como si la<br />

mano invisible de Dios derramara sobre sus vasallos sus eternos<br />

dones, y el rey piensa en elevar un templo á Jehová,<br />

Todo está dispuesto: planos, materiales; pero David muere, y su<br />

hijo Salomón tiene la gloria de poner por obra el pensamiento de<br />

su padre.<br />

El monte Moría es elegido para cunado la casa de Dios, y siete<br />

años después el templo de Sion brilla á los rayos del sol como<br />

un ascua de oro.<br />

Cinco siglos ruedan en torno de sus soberbios muros, que caen<br />

convertidos en escombros ante los formidables soldados de Nabucodonosor,<br />

Los babilonios se apoderan de las riquezas del templo, y arrojando<br />

una cadena al cuello del desgraciado rey Joaquín, ciegan sus<br />

ojos y lo trasladan cautivo con su numeroso pueblo israelita á la<br />

orgullosa ciudad de los sátrapas, en donde el dios Belo es adorado.<br />

Jeremías llora en sus sentidos y poéticos cantos la esclavitud de<br />

su raza; pero al fin Zorobabel logra la libertad de su pueblo, y<br />

torna al frente de él á instalarse en la ciudad santa.<br />

Un segundo templo se eleva en el monte Moría en el mismo<br />

sitio que el primero, y los israelitas acuden presurosos á adorar<br />

al Dios invisible ante sus sagrados altares; pero el tiempo, ccii<br />

su poderoso aliento, desmorona sus altivos pórticos, sus soberbios<br />

muros.<br />

Seis siglos han descargado sus tempestades, sus Ihnias y sus<br />

huracanes sobre el gigante de piedra que sirve de morada al Dios<br />

de Sion; Heródes el Grande de ciñe sobre sus sienes la corona

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