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CAPITULO III.<br />

LA ADORACIÓN DF: LOS MAGOS.<br />

Cuando los peregrinos persas salieron del palacio de Herwles. el<br />

dia se hallaba indeciso en los celajes de Oriente.<br />

Inmediatamente mandaron levantar tiendas, y con la esperanza<br />

en el corazón, abandonaron la capital de la Judea, saliendo por la<br />

puerta de Damasco, mientras que la cabalgata de Heródes se encaminaba<br />

á Jericó por la puerta Doria.<br />

Dos horas de marcha llevaban los caldeos, cruzando valles y trepando<br />

empinados desfiladeros; ya el sol en toda su plenitud lanzaba<br />

sobre la tierra de Palestina la vivificante y clara luz de sus rayos,<br />

cuando se detuvieron junto á una cisterna (que hoy aun existe, conocida<br />

con el nombre de La cisterna de los Magos), dejando beber á<br />

sus dromedarios de sus frescas y trasparentes aguas.<br />

De repente, y cuando más distraídos se hallaban, aparece en el<br />

zenit un astro luminoso que desciende como una exhalación sobre<br />

sus cabezas.<br />

Los viajeros, sin poderse contener, hacen un movimiento de<br />

terror y cierran los ojos, creyendo que un rayo caia sobre ellos para<br />

exterminarlos.<br />

Pero el fuego del cielo no llega ala tierra; quédase suspendido en<br />

el espacio á corta distancia de sus cabezas, y les envía las cambiantes<br />

irradiaciones de sus hermosos rayos, que esmaltan cuanto tocan<br />

con sus brilladoras chispas.<br />

— ¡ La estrella! ¡ la estrella i — exclamaron con loco entusiasmo<br />

los esclavos y soldados de la caravana.<br />

— ¡ La estrella ! i nuestra estrella ! —repitieron con gozo los reyes,<br />

elevando los brazos al cielo con religioso ademan.

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