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252 EL MÁRTIR<br />

pendía á Pisón, el prefecto general de la ciudad, que á tí, que eres<br />

un forastero.<br />

— El nombre de Cingo que aparece en esa lista debe excluirse<br />

del castigo, porque Cingo es mi esclavo favorito : perdería gustoso<br />

su vida por mí; y ademas, él no ha hecho otra cosa que obedecer<br />

mis órdenes, pues previendo yo desde Jericó que mi hijo Antipatro<br />

y Paulo estaban de acuerdo, hice á mi esclavo espiar al último durante<br />

mi viaje y su permanencia en la ciudad del Tíber.<br />

— En las conjuraciones, amigo Heródes, —• le respondió Augusto,<br />

— los reyes que como yo no gustan de derramar sangre, se<br />

dirigen á la cabeza para castigarla. Los reyes sanguinarios sou<br />

bestias feroces que sus pueblos deberían aplastar como alas víboras<br />

venenosas.<br />

Augusto conocía la ferocidad del idumeo, y recalcó las últimas<br />

palabras.<br />

Heródes bajó cobardemente los ojos al suelo.<br />

Después de estas palabras, Augusto se encaminó á la puerta, y alzando<br />

el tapiz, llamó á uno de sus lictores que se paseaba en la antesala,<br />

dándole algunas órdenes en voz baja.<br />

Una hora después, el tapiz volvió á levantarse para dar paso ádos<br />

soldados romanos : uno de ellos era Paulo Atme; el otro un anciano<br />

que vestía el uniforme de centurión,<br />

Augusto detuvo un momento su mirada serena y penetrante en el<br />

semblante de Paulo, que se estremeció ligeramente, y luego le dijo,<br />

alargándole el pergamino que le habia presentado Heródes :<br />

— Por los dioses del Capitolio, por la honra de tus padres y por la<br />

gloría del águila que sirve de cimera al estandarte de tu manuplio,<br />

te exijo que me digas sí es cierto lo que dice este pergamino.<br />

— Cierto es, César.<br />

— Sólo Augusto levanta legiones en Roma, — exclamó el emperador<br />

con voz amenazadora; — nadie más que yo tiene derecho á<br />

concederlas coronas tríbutafiasen mis dominios. Tú faltas á la ley:<br />

muere, pues, como soldado.<br />

Y Augusto, sacando la espada que pendía del cinturon de Paulo,<br />

le dijo con voz enérgica, presentándosela por la empuñadura:<br />

— Toma.<br />

Pauio no se hizo repetir la orden : sin vacilar, sin detenerse,

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