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12 EL MÁRTIR<br />

Y sin aguardar respuesta tomó la calle adelante, y poco después,<br />

cruzando lapuerla de los Ganados, fué á sentarse á la sombrado un<br />

robusto sicómoro, de cuyo fruto comió con apetito, pues hacia<br />

muchas horas que no tomaba alimento.<br />

Después empuñó el fornido mango del cuchillo, y descargó un<br />

fuerte u:o]pe en el tronco del calloso arbusto.<br />

Dos pulgadas de hoja se hundieron en la añosa corteza del árbol.<br />

— ¡ Oh! Tiene buen temple, — se dijo para sí; — ni siquiera se ha<br />

doblado la punta : bien puede entrar toda la hoja de un solo golpe<br />

en la garganta ó en el corazón del que arrojó el cadáver de mi padre<br />

á los perros del muladar.<br />

Dos dias después, junto á la torre de Siloe, los soldados de<br />

Heredes hallaron el cadáver de un anciano.<br />

Tenia una profunda herida en la garganta, y otra exactamente<br />

igual en el corazón.<br />

Sobre su frente, prendido de un grueso alfiler, se veia un trozo<br />

de papiro, donde se hallaban escritas con sangre estas palabras :<br />

« Dímas venga el insepulto cadáver de su padre con la muerte de<br />

este fariseo, y jura por su memoria perseguir á sus descendientes<br />

hasta la quinta generación.»<br />

Después de este atentado, el joven huérfano huyó de la ciudad<br />

sacerdotal, refugiándose en los montes de Rama.<br />

El profanado cadáver de su padre le impulsó á cometer el primer<br />

asesinato : el hambre le obligó á ejecutar el primer robo.<br />

Dímas arrebató un cabrito á unos pastores.<br />

Desde entonces empezó á vagar como un malhechor por lo más<br />

fragoso de los bosques.<br />

De noche abandonaba sus incultas madrigueras para asaltar<br />

á los indefensos caminantes; pero el desgraciado huérfano, que<br />

aborrecía la sangre por instinto, jamas empleaba otras armas que<br />

la amenaza para despojar á sus víctimas.<br />

<strong>Mi</strong>entras tanto, la luna nueva se aproximaba, y Dímas no<br />

habia aún satisfecho al cuchillero las veinte onzas romanas que le<br />

adeudaba.<br />

Habia jurado pagarlas por la memoria del insepulto cadáver de<br />

su padre, y «era preciso cumplir el juramento.<br />

Mas ¿cómo, cuando ni un miserable denario de cobre poseía?

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