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9.20 EL MÁRTIR<br />

¡Felicidad pasajera, goce momentáneo, que debia tornarse en<br />

breve en dolorosa amargura!<br />

Sus ojos, puros y radiantes como la tenue luz de la aurora, iban<br />

en breve á convertirse en manantiales inagotables de llanto.<br />

De vez en cuando veíase entre la alegre muchedumbre algún<br />

hombre de rostro ceñudo, de mirada amenazadora : era un fariseo,<br />

un enemigo irreconciliable de Aquel que habia bajado á la tierra á<br />

quitarles el manto de la asquerosa hipocresía, y que les llamaba<br />

raza de víboras.<br />

Entre el entusiasmo general, sólo los romanos y los germanos se<br />

mostraban indiferentes.<br />

Soldados mercenarios, sólo adoraban á Tiberio, que los pagaba.<br />

Para estas plantas exóticas de Palestina todo era indiferente, exceptuando<br />

el oro y la guerra.<br />

El águila romana había hecho presa en la ciudad santa. Sus robustas<br />

alas se extendian sobre el templo de Sion, y ellos dejaban<br />

dormir las espadas en sus vainas y el escudo en un cl?vo á la cabecera<br />

de su cama, confiando en que la victima no se escaparía.<br />

La romería más grande, la fiesta religiosa más popular de Israel<br />

les era inditertute.<br />

Pero ¡ay de a(¡uellos degradados descendientes de Abraham sí<br />

hubi( ran exhalado un grito de odio ó una amenaza contra el señor<br />

de Roma! Porque entonces aquellos indiferentes hijos de la guerra<br />

hubieran desnudado sus espadas, y las cabezas judías hubieran<br />

caido como las espigas bajo la hoz del segador.<br />

— ¡Vedle! ¡ Ya viene! — decia un hombre á los que le rodeaban.<br />

— Yo era ciego de nacimiento; Jesús puso su dedo sobre mis cerrados<br />

párpados, y al momento vi la luz querida del sol, ¡Bendito sea<br />

el Señor, que viene á nosotros!<br />

— Yo estaba tullido diez años en una cama, — repitió otro. —<br />

« Deja tu lecho y levántate, » dijo; y me vi bueno y fuerte y ágil<br />

como me veis. ¡Bendito sea Jesús! El es el Mesías verdadero, el<br />

Hijo prometido de Adonai,<br />

— ¡Ah! ¡Vedle allí! ¡Jesús mío! —exclamó María, extendiendo<br />

una mano en dirección al camino de Bethania.<br />

— Hasta las aves del cíelo cantan su bienvenida, y las palmeras<br />

se inclinan para saludarle, y el viento trae entre sus pliegues todos

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