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226 EL MÁRTIR<br />

amigo como si quisiera preguntarle: « ¿ Quién es esta muchacha?<br />

M<br />

Antipatro se sonrió : aquella sonrisa era una respuesta á la mirada<br />

de Paulo.<br />

— Esperad, buenos señores, —volvió á decir Enoe; —el pasillo<br />

está oscuro, y voy á alumbraros.<br />

La judía cerró la puerta sin hacer ruido, y pasó delante, deslizan<br />

dose por un estrecho corredor.<br />

Los dos amigos siguieron en silencio á su joven conductora, y así<br />

caminaron como unos veinticinco pasos, hasta que tropezando con<br />

una pared, se detuvieron.<br />

La hija de Israel colocó su mano sobre la pared, y esta, como si<br />

obedeciera al contacto de una varita mágica, se abrió para dar paso<br />

á los dos amigos.<br />

— Entrad, — les dijo Enoe.<br />

Paulo y Antipatro atravesaron aquel hueco, que conducía á otra<br />

habitación.<br />

Entonces se hallaron en un camarín profusamente alumbrado,<br />

que contrastaba agradablemente con la oscuridad de la primera<br />

pieza.<br />

Enoe habia 'desaparecido.<br />

— ¡ Oh ! —exclamó con marcado asombro Paulo. — ¡ Esto es maravilloso<br />

! ¡ La luz sucede á las tinieblas; la ostentación á la pobreza<br />

!<br />

Y el hijo de Marte comenzó á mirar los objetos que le rodeaban,<br />

con el asombro del hombre que después de una pesadilla horrible<br />

se encontrara al despertar en el camarín de una diosa de la mitología<br />

egipcia.<br />

Veamos nosotros lo que causaba la admiración del soldado pretoriano.<br />

Era una habitación pequeña, adornada con ese gusto refinado<br />

de los griegos, y que los romanos esparcieron por el mundo antiguo<br />

paseando su águila triunfadora.<br />

Las paredes, tapizadas con nacarada seda de las Gallas, brillaban<br />

como la flor del granado herida por los rayos del sol poniente.<br />

Cuatro lámparas de oro suspendidas del artesonado techo vertían<br />

las claras ráfagas de sus llamas, alimentadas con aceite de <strong>Mi</strong>te-

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