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314 EL MÁRTIR<br />

—<strong>Mi</strong> padre debe haber espirado á estas horas; pero suponiendo<br />

que viva el dia de la batalla, ¿por ventura no ha sacrificado él á mi<br />

madre, á mis hermanos? ¿No me persigue con el intento de sacrificarme?<br />

Pues entonces, calle la voz de la naturaleza y hable el odio<br />

que busca en la lucha ojo por ojo, diente por diente, como ha dicho<br />

el legislador de Israel, el sabio Moisés.<br />

— Hermanos, ¿aceptáis la fraternidad de este joven? — les preguntó<br />

Sedoc después de una pausa.<br />

— Que jure sobre las leyes de Israel, — dijo Matías.<br />

— Sí, que jure, — repitieron Dímas y Judas.<br />

— Sea, murmuró el asenio.<br />

Y levantándose, se encaminó á uno de los extremos de la cueva,<br />

de donde volvió al momento con el volumen de la Ley en la mano.<br />

Este volumen no era un libro: eran dos cilindros de madera,<br />

Sedoc sentóse segunda vez entre sus compañeros, y Matías bajo<br />

la lámpara de modo que la llama bañara con sus rayos la frente del<br />

anciano.<br />

Entonces el asenio, cogiendo con sus manos los cilindros por los<br />

pequeños manubrios, los levantó sobre su cabeza y comenzó á hacer<br />

girar sus ruedas de modo que el pergamino ó papiro donde estaban<br />

escritas las leyes de Moisés salió de un cilindro, y después de rodar<br />

.por su frente fué á esconderse en el otro cilindro.<br />

Esta operación se hizo con la pausa suficiente para que Matías<br />

leyera los versículos hebreos de la Ley con voz grave y pausada,<br />

— Estas son — dijo Sedoc — las principales leyes de. los hebreos,<br />

que redujo á diez capítulos el Señor Dios nuestro, y que escritas están<br />

en las Tablas del profeta Moisés, Hay un capítulo para cada dedo<br />

de la mano: no los olvides; guárdalos en tu memoria y escríbelos<br />

en las tablas de tu pecho.<br />

Matías comenzó á leer las sabias leyes esparcidas por el sublime<br />

legislador del Sinaí en el Éxodo y el Levítico.<br />

Antipatro, sin alzar los ojos del suelo, murmuraba con fervor un<br />

amen á cada terminación de versículo.<br />

Sedoc, impasible, hacia girar el cilindro; y Judas y Dímas, ínmóbiles<br />

como si fueran dos estatuas de piedra, sólo agitaban sus labios<br />

para decir un así sea, tan luego como el eco de la última letra<br />

del amen de Antipatro se perdía en las concavidades de la cueva.

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