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CAPITULO n.<br />

LAS PALABRAS DE ÜN JUSTO.<br />

Los doctores de Jericó, los fariseos de Jerusalen, profesaban un odio<br />

profundo al Bautista.<br />

Los epítetos de hechicero, embaucador, poseído del espíritu malo,<br />

se mezclaban con las diatribas que le dirigían hasta en las mismas<br />

sinagogas.<br />

Negáronse á recibir las aguas del bautismo, y aconsejaban diariamente<br />

á Pilato, gobernador de Jerusalen, y al tetrarca de Galilea,<br />

que se apoderaran de aquel hombre que fomentaba la sedición en el<br />

pueblo.<br />

— Si no queréis prenderle, — decían, — ponedle una mordaza.<br />

Un temor detuvo por entonces á Antipas : el pueblo, que amaba á<br />

Juan como á un profeta; el pueblo, que corría á escuchar sus inspiradas<br />

palabras y que le daba el nombre.de Mesías Salvador de Israel,<br />

suplicándole le concediera el bautismo.<br />

Juan supo con indignación el infame libertinaje de la adúltera<br />

Herodías.<br />

Filipo había querido recobrar á su culpable esposa; pero Antipas<br />

colocó sus lanzas mercenarias en el torrente de Jeboe, y le^ soldados<br />

de Filipo, menos en número y en ardimiento, no se atrevieron a<br />

pasar los últimos límites del desierto de Manaim,<br />

Filipo devoró en silencio su agravio; Israel lanzó un grito de indignación.<br />

El temor enmudecía todas las lenguas, porque Israel era entonces<br />

un rebaño de esclavos.<br />

Juan, criado en el desierto, libre como el viento que riza las plu-

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