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28 EL MÁRTIR<br />

La luna bañó con sus tibios rayos la cilindrica y alta torre de<br />

David, y Dímas aun permanecía en la misma postura, mudo y silencioso.<br />

Las cioüeñas, desde los altos minaretes de Jerusalen, comenzaron<br />

á entonar sus dolientes cantos, y un mochuelo, arándose entre<br />

las ramas del árbol á cuyo pié se hallaba inmóbil y silencioso el<br />

joven huérfano, lanzó al viento su tétrico y acompasado silbido.<br />

Entonces Dímas se puso en pié y miró en torno suyo, como si<br />

acabara de despertar de un pesado sueño.<br />

Su rostro habia perdido la ferocidad que poco antes demostrara.<br />

Su mirada, triste y húmeda aún por las lágrimas de fuego que<br />

había derramado, era dulce é inofensiva.<br />

Un suspiro angustioso y prolongado se escapó de su pecho.<br />

— No... mil veces no... — se dijo hablando consigo mismo, —<br />

Jamas profanaré los cadáveres; nunca dejaré sin protección á los<br />

niños y á los ancianos. La muerte y la infancia serán siempre veneradas<br />

por Dímas el facineroso. Perdona, pues, padre mío. Te he<br />

vengado en el cuerpo vivo. Deja que respete la materia inerte que<br />

sirve de sustento á los gusanos de la tierra,<br />

Dímas, durante las horas de triste meditación trascurridas al pié<br />

de aquel árbol, habia mantenido una lucha horrible entre los deseos<br />

de venganza y los instintos buenos y generosos de su joven corazón,<br />

y/conio se ve, el corazón salía vencedor.<br />

Desistiendo de sus planes, sólo un camino se abría ante su paso :<br />

el de los montes de Samaria. Se dirigió hacia ellos, llegando el<br />

cuarto dia al declinar la tarde junto á los muros de la inexpugnable<br />

fortaleza de los bandidos, y entró en ella del mismo modo que la<br />

vez primera.<br />

Ya dentro, se encaminó ala cocina, pero estaba desierta. Entonces<br />

se tendió en el suelo y esperó.<br />

Tenia diez y ocho años, y el sueño en esa edad, cuando se ha ca-<br />

, minado mucho, no tarda en descender sobre los párpados.<br />

Dímas se quedó dormido, con la misma tranquilidad que si se<br />

hallara bajo el techo hospitalario de la casa de su padre cuando el<br />

sueño inocente de la adolescencia sonreía sobre su hermosa cabeza.<br />

Muy entrada la noche, la trampa que ya conocen nuestros lectores<br />

se hundió para dar paso á los forajidos de Abaddon.

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