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208 EL MARTIR<br />

El carcelero participó el ofrecimiento de Barr-Abbas al gobernador<br />

de la torre, y este fué á participárselo á Pilato.<br />

Admitida la proposición, salieron de Jerusalen, guiados por Barr-<br />

Abbas, y como ya saben nuestros lectores, fueron á emboscarse en<br />

la intrincada gruta de Jeremías.<br />

Como hemos dicho en el capítulo anterior, los soldados de Pilato<br />

se ocultaron después de apagar la lea, esperando el instante de lanzarse<br />

sobre su presa.<br />

El silencio era sepulcral.<br />

Ni el viento de la noche mugía entre los espinos, ni el mochuelo<br />

silbaba sobre las secas ramas de los árboles.<br />

Si un viajero hubiera en aquel momento pasado por la boca de<br />

la cueva, indudablemente la hubiera creido desierta.<br />

Así trascurrió una hora.<br />

Por fin escuchóse un canto religioso, que según el eco que en<br />

alas del céfiro nocturno llegaba hasta la cueva, venia de la parte<br />

del camino de Damasco.<br />

Los soida ¡os de Pilato cogieron en silencio las largas lanzas que<br />

habian dejado en el suelo, y esperaron.<br />

El canto venia de Occidente y se aproximaba por instantes.<br />

Cada momento que trascurría se escuchaba más clara la voz del<br />

nocturno cantor.<br />

Los soldados oyeron claramente este canto, entonado por una<br />

voz dulce y varonil:<br />

¡Ay del que en el alma encierra<br />

Las cenizas de su amor I<br />

I Ay del que vive llevando<br />

La muerte en el corazón 1<br />

¡ Ay del que llora perdida<br />

La ventura que soñó !<br />

I Ay del que su amor confía<br />

A una mujer sin amor !<br />

Porque para él ya no tiene<br />

Ni rayos la luz del sol,<br />

Ni colores la campiña,<br />

Ni grato aroma la flor.<br />

Cuando el nocturno caminante terminó el último verso de su romaiice<br />

se hallaba enfrente de la gruta de Jeremías.

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