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100 EL MÁRTIR<br />

— Una caravana árabe que, como la nuestra, cuenta catorce con<br />

ductores, no se roba tan fácilmente.<br />

— Alá nos torne sanos y con el grano bien vendido á nuestra<br />

tierra.<br />

— Él te oiga, — respondieron varios árabes que hasta entonces<br />

no habían despegado sus labios.<br />

La gritería, la algazara, el canto de los hombres y los acordes de<br />

los pastoriles instrumentos iba aproximándose hacia la fuente donde<br />

estaban acampados los árabes.<br />

Las sombras oscuras de la noche comenzaban á replegarse hacía<br />

Occidente.<br />

Una línea de tibia é indecisa claridad anunciaba los primeros<br />

crepúsculos de la aurora.<br />

Los árabes se pusieron en pié ; sus ojos, acostumbrados á distinguir<br />

en la oscuridad, habían visto una sombra deslizarse entre las<br />

matas.<br />

—¿Quién va?—dijo Hassaf empuñando su largo cuchillo.<br />

— Nada tema el árabe, — le contestó una voz.<br />

É inmediatamente apareció un joven entre los comerciantes de<br />

Egipto.<br />

—¿Qué quieres? —le preguntaron.<br />

—Agua, — contestó este lacónicamente.<br />

Y sin esperar respuesta aplicó su sedienta boca al fresco manantial<br />

que serpenteaba entre los camellos.<br />

— ¿Quién eres? —volvieron á preguntarle.<br />

—Un discípulo de Elias, —contestó el extranjero, que era joven<br />

y fornido.<br />

Entonces Hassaf se acercó á uno de los camellos, introdujo su<br />

mano en una cesta de palma, y sacando de ella un puñado de recortaduras<br />

de albarícoque secadas al sol, dijo :<br />

—Toma. Los árabes te ofrecen su amistad al darte el fruto de su<br />

tierra; ya sabes que cuando un hijo de Agar parte con un forastero<br />

su frugal comida, su persona le es sagrada desde aquel instante.<br />

— Lo sé, — respondió el recien venido.<br />

El joven sentóse entre ellos, y comenzó á comer sin recelo alguno.<br />

Su semblante, aunque algo demacrado, era hermoso, pues sus<br />

grandes ojos negros tenían una viveza que admiraba.

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