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380 EL MARTIR<br />

— TÚ no puedes moverte ya de ese lecho de paja, — dijo el negro,<br />

gozándo«e en la próxima agonía de su rival.<br />

— ¡ Que no puedo moverme ! — exclamó Antipatro. — Voy á desmentir<br />

tus palabras, esclavo insolente, y...<br />

No pudo acabar la frase : un grito extraño, terrible, agudo, se<br />

escapó de su pecho," como si un clavo ardiendo se le hubiera hundido<br />

en el cerebro; su rostro se desfiguró de un modo terrible, sus<br />

miembros tomaron una elasticido monstruadsa, y abriendo espantosamente<br />

los ojos, que se habían hundido en sus órbitas, espiró,<br />

después de revolcarse por el suelo algunos momentos, presa de una<br />

convulsión horrible,<br />

Cingo, con esa frialdad del hombre endurecido en el crimen, colocó<br />

una mano sobre el corazón del cadáver, y dijo:<br />

— Príncipe mío, tú ya no podrás realizar tus hermosos ensueños<br />

de amor. ¿ Quién sabe si Cingo el esclavo realizará los suyos?<br />

Después se encogió de hombros, y lanzando una mirada de triunfo<br />

al cadáver, salió del calabozo.<br />

Algunas hoi as después, la gente corría por las angostas calles de<br />

Jericó, aglo;:ierándose ante una bocacalle para ver pasar un séquito<br />

fúnebre.<br />

Delante iba Cingo, montado en un soberbio alazán : llevaba el<br />

airoso traje de los esclavos etíopes del rey; detras de él caminaban<br />

cuatro hombres vestidos de negro, cuyos anchos ropones les llegaban<br />

hasta los piés.<br />

Estos hombres conducían una especie de litera descubierta. En<br />

esta litera descansaba el cadáver del príncipe Antipatro.<br />

Cerraban la marcha fúnebre doce soldados romanos.<br />

Las mujeres judías, según su costumbre, prorumpian en ridículos<br />

y exagerados lamentos al ver pasar el cadáver.<br />

Estos lamentos llegaron hasta la habitación de Enoe la egipcia, y<br />

la curiosidad la llevó hasta la ventana.<br />

Al asomarse reconoció el cadáver de su amante, y lanzando un<br />

giito, cayó desmayada sobre el duro pavimento de su cuarto.<br />

El séquito salió de la ciudad, llegó al castillo de Hircanion, y el<br />

cuerpo del malogrado príncipe, siguiendo las órdenes «de Heródes,<br />

fué enterrado modestamente en una de sus cuevas.

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