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180 EL MÁRTIR<br />

viaje, hallaba un peligro, un obstáculo; pero sin duda, de todos<br />

estos contratiempos la misteriosa mano de la Providencia les sacaba<br />

ilesos.<br />

¡ Cuántas penalidades les quedaban aún que sufrir antes de llegar<br />

áEgipto !...<br />

Después de atravesar las tribus de Palestina, cuando ya casi libres<br />

del furor de Heródes se hallaron en las playas de Siria, ¿ no les esperaban<br />

los arenosos desiertos de Egipto?<br />

¿ Por ventura los santos viajeros podrían cruzar aquellas inmensas<br />

sábanas de arena, que cual un mar embravecido sepulta entre<br />

sus cálidas olas caravanas enteras de viajantes, tan luego como el<br />

simoun tiende por el desierto su poderoso soplo ?<br />

Aquellos caminos sembrados de cadáveres, aquellas vías marcadas<br />

por los esqueletos de los camellos y los caravaneros, aquellas soledades<br />

terribles infestadas de bandidos, cíen veces más salvajes y<br />

crueles que los de Samaria, donde no se halla ni un árbol, ni una<br />

gota de agua, ni un pájaro que cantéala venida de la aurora, donde<br />

no se escucha más que el graznido del cuervo que se cierne sobre<br />

el agonizante pasajero, ó el bramido de la pantera, que desde sus<br />

ignoradas cuevas ha olfateado el cadáver del abrasado caminante,<br />

era el porvenir que les esperaba.<br />

¿ Cómo podrán los castos nazarenos cruzar tan dilatado camino<br />

sin más auxilio que su modesta cabalgadura, que se hundirá en la<br />

movible arena como el cadáver en su fosa, para no volver á salir<br />

nunca de ella?<br />

Pero no adelantemos los sucesos, y volvámonos á Samaria, por<br />

donde en una noche cruda, fría y lluviosa, caminaban los santos<br />

esposos y el Divino Jesús, por un profundo y solitario barranco,<br />

cuando San José, que iba delante llevando la pollina del ronzal, se<br />

detuvo ante una voz áspera é imperativa, que con brusco tono gritó<br />

desde el hueco de una peña : « ¡Alto, ó eres muerto! »<br />

José se detuvo asombrado; María se estremeció, y temerosa de<br />

que aquel hombre tratara de robarle á su Hijo, procuró ocultarle en<br />

el rebozo de su manto.<br />

Era la primera vez, desde su salida de Nazareth, que habia visto<br />

interrumpido su misterioso viaje por la voz de los hombres.<br />

Antes que los viajeros se dieran cuenta de lo que les acontecía, se

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