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DEL GÓLGOTA 35<br />

seis judíos, raza vencida y esclava á la que los hijos del Tíber miraba<br />

con insultante desprecio.<br />

Los legionarios del Idumeo regresaban á Jerusalen, habían tropezado<br />

por una casualidad con aquella caravana, y se habían unido<br />

con ella por ese espíritu sociable que dominaba á los soldados del<br />

Capitolio.<br />

Los ronianos, lanzando un grito de guerra al que sifinieron los<br />

nombres de Marte y <strong>Mi</strong>nerva, blandieron las espadas sobre las cabezas<br />

de los bandidos; pero ¡ ay ! aquellos israelitas no eran los débiles<br />

y acobardados hijos de la ciudad de Jerusalen : eran rayos de<br />

la montaña, soldados feroces del desierto, curtidos con la saníjre v<br />

los peligros, y después, el terrible renombre de moradores del monte<br />

Hebal, les quintuplicaba las fuerzas.<br />

Los romanos no podían hacer más que batirse hasta morir, y así<br />

lo hicieron. Pero su muerte debia costar cara á los samaritanos<br />

Abaddon, el viejo capitán, al querer clavar su gabelina en el pecho<br />

del caballo de uno de sus enemigos que le pers^oaua, reci!)io<br />

una terrible estocada en el cuello, por la que en pocos instantes<br />

arrojó hasta la última gota de sangre de sus venas.<br />

A dos bandidos más les cupo la suerte de su jefe.<br />

Dímas mató por su mano á uno de los legionarios arroirWidole la<br />

gabelina, que tuvo la suerte de clavársela en e! pecho: pero al<br />

mismo tiempo recibió una terrible cuchillada en la ca' ";';i qu" le<br />

hizo vacilar, y que indudablemente su enemigo haliía secun la lo,<br />

si Uríes no hubiera salido á su defensa clavando su puñal en el costado<br />

del romano, lo cual le hizo caer del caballo.<br />

La luna, siempre clara y hermosa, alumbró con sus tibios v poéticos<br />

rayos aquel combate, acuella escena de sangre, en que seis<br />

hombres habían lanzado el último aliento de su vida, Y cinco llevaban<br />

sobre sus cuerpos sangrientos rasgos.<br />

Los bandidos, dueños del campo, se disponían á carica'- sus camellos<br />

con lo más rico de su botin, Y á colocar en otro^ 'o; heridos<br />

qu( no podian por su estado liac^rel camino á pié; p re ')Í!nas, que<br />

aun herido no habia perdido la serenidad ni el conocimiento, les<br />

detuvo diciéndoles :<br />

— Compañeros, antes de partir demos sepultura á los muertos,<br />

con lo eual honraremos el cuerpo de nuestros camara-'a-. \ no de-

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