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244 EL MÁRTIR<br />

Augusto mando enterrar los cuerpos de Antonio y Cleopatra en<br />

el mismo monumento, y tornó áRoma, en donde al verse dueño de<br />

la república, tomó el nombre de emperador.<br />

Aquel niño débily enfermizo, de'mirada dulce y carácter pacífico,<br />

cuya cojera imitaba Antonio cuando los vapores del Falerno le<br />

trastornaban, reunió en él sólo todos los poderes, todas las dignidades<br />

de la república.<br />

Agrippa y Mecenas, Horacio y Virgilio, fueron desde entonces sus<br />

amigos favoritos.<br />

Restablecida la paz en el mundo, querido de su pueblo, admirado<br />

de los reyes sus tributarios, fué bueno y bondadoso para con todos;<br />

perdonó á sus enemigos y los colmó de favoi'es; fué, en fin, un<br />

gran rey, un padre cariñoso y tolerante, un aliado de las naciones<br />

y un protector incansable de las letras y de los dominios que le pagaban<br />

tributo.<br />

En este estado se hallaban las cosas, cuando en un establo de la<br />

ciudad de Belén de Judá nació el Redentor del mundo.<br />

En la introducción de esta obra creemos haber indicado, aunque<br />

ligeramente, los asombrosos acontecimientos que acompañaron la<br />

venida al mundo del Hijo de Dios: los oráculos enmudecieron, Augusto<br />

consultó á la sibila, y misteriosos signos aparecieron en el cielo.<br />

Nuestro intento no es, por cierto, reproduciulos aquí, puesto que<br />

quedan consignados en otro lugar; pero Roma está enlazada con<br />

Israel. Augusto y Tiberio, su sucesor, fueron inmortalizados con la<br />

venida de Jesucristo.<br />

Heródes el Grande, esa sombría figurado la historia de Israel, va<br />

á penetrar en la ciudad de los pretores, de donde le veremos salir<br />

para llevar á cabo el crimen más odioso, más repugnante, que ha<br />

manchado jamas las páginas de la historia.<br />

Antes, pues, que el terrible idumeo, atravesándola via Appia y la<br />

antigua muralla de Tulio Hostilio, penetre por la puerta Capenaen<br />

la ciudad del Capitolio; antes que se arroje á los piés del emperador<br />

Augusto en el monte Celio, detengamos nuestra mirada en el<br />

palacio del César.<br />

Un grupo de soldados viejos y encanecidos en las batallas se<br />

paseaba en el primer atrio del vestíbulo, y en la plazoleta que precedía<br />

á la fachada del edificio se veia alguna litera y empleados de la casa.

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