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318 EL MÁRTIR<br />

La gritería, el estruendo, se iban aproximando.<br />

Jesús habia caminado sesenta pasos más desde la primera caída,<br />

cuando halló á su Madre, que haciendo un esfuerzo sobrenatural, se<br />

arrojó á los piés de su Hijo,<br />

Algunos soldados pretendieron rechazarla con las lanzas.<br />

La Virgen sufrió aquellos duros golpes sin apartar sus llorosos<br />

ojos de la triste imagen de su amado Jesús,<br />

Entonces pasó una cosa horrible.<br />

ün miserable verdugo, uno de esos brucianos elegidos por sus<br />

infarqias para sacrificadores, tomó un puñado de clavos de la esportilla<br />

que llevaba el muchacho, y arrojándolos al rostro de María, la<br />

dijo :<br />

— Galilea, toma; ahí tienes el presente de muerte que te hace<br />

tu hijo, el profeta de Nazaret.<br />

Jesús quiso correr en socorro de su Madre. Pero ¡ ay ! los piés se<br />

le enredaron en el túnico, y segunda vez cayó al suelo, golpeando<br />

con su divina frente las duras piedras de la calle.<br />

— ¡ Hijo del alma mia! — exclamó la Virgen, con uno de esos<br />

gritos que sólo pueden salir del corazón de una madre.!<br />

Jesús, «sereno, aunque pálido y vacilante, dirigió una dolorosa mirada<br />

á su Madre, é incorporándose sobre una rodilla, la dijo :<br />

— ¡Salud, Flor de amargura! ¡salud, Estrella purísima de la<br />

mañana! ¡ salud. Madre mia ! — dijo á su vez con dulcísima voz el<br />

Nazareno.<br />

Pero antes que los labios de la Madre depositaran un amoroso<br />

beso en la frente dolorida de su Hijo, los feroces verdugos la separaron<br />

bruscamente.<br />

María cayó desfallecida en brazos de Magdalena.<br />

Juan cubría con su manto el cuerpo de aquella mártir.<br />

La enamorada doncella de Mágdalo dirigió una mirada llena de<br />

amor y amargura á Jesús, y la comitiva continuó su interrumpida<br />

marcha.<br />

La muchedumbre rugía en derredor del Mártir, dando gritos de<br />

« ¡ Viva Barr-Abbas ! ¡ Muera el Galileo! ^)<br />

Y Jesús, el mansísimo Cordero, el Amigo de los afligidos, el Redentor<br />

del hombre, caminaba agobiado bajo el peso del afrentoso<br />

leño, repitiendo en voz baja :

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