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86 EL MÁRTIR<br />

— « ¿ Eres Tú el que hade venir, ó esperamos á otro? » — le pre­<br />

guntaron.<br />

El Nazareno les contestó:<br />

— « Decid á Juan lo que habéis oido y visto: que los ciegos ven,<br />

los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los<br />

muertos resucitan y los pobres anuncian el Evangelio. »<br />

Un dia Jesús se encaminaba á Galilea, y era preciso que cruzara<br />

la hostil Samaria.<br />

El sol se hallaba en mitad del cielo.<br />

Sus rayos abrasadores caían perpendicularmente sobre la tierra.<br />

Jesús se sintió fatigado.<br />

La ciudad de Sichem distaba como un cuarto de hora del sitio en<br />

que se encontraba.<br />

Era esía la heredad que Job habia dado á José, comprada á los<br />

hijos de Hemer por cien corderos.<br />

Cerca de esta heredad habia un pozo* donde acudían las mujeres<br />

de Sichem por agua.<br />

Los discípulos se encaminaron á la ciudad en busca de víveres.<br />

Jesús se quedó solo.<br />

Un pensamiento profundo se veia germinar otra vez de aquella<br />

frente divina.<br />

Sus grandes ojos garzos, fijos en el hueco profundo del pozo,<br />

parecían leer sobre la trasparente y clara superficie del manantial<br />

algún misterio.<br />

De pronto se estremeció.<br />

Su noble cabeza se elevó como la copa de la gallarda palmera después<br />

del último soplo del huracán.<br />

Dirigió una mirada llena de perdón y de bondad hacia Sichem,<br />

por donde avanzaba en dirección á la fuente una mujer con una<br />

ánfora de barro sobre la cabeza, y una larga cuerda de esparto<br />

rollada por la esbelta cintura y el brazo izquierdo.<br />

Aquella mujer era joven: tendría unos veinticuatro años.<br />

Sus ojos resplandecían con el fuego voluptuoso del amor.<br />

Sus labios, gruesos y nacarados, respiraban sensualidad, pasión.<br />

Sus mejillas, morenas como las de la Sunamita, mórbidas como<br />

1. Se llama todavía el pozo de Jacob.

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