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CAPITULO IL<br />

UN CONVENIO INFAME.<br />

Cuando el sol se hallaba en la mitad de su carrera, los remeros<br />

de Antipas alzaron las palas.<br />

La barca se detuvo.<br />

Aquellos infelices esclavos se hallaban muertos de fatiga, cubiertos<br />

de sudor.<br />

Habian estado seis horas remando sin descansar; pero por fin la<br />

proa de su barca tocaba las playas apetecidas de Belhsaida. Inmediatamente,<br />

olvidando su cansancio, se arrojaron al agua, y pronto<br />

la litera se acercó^ la popa de la frágil nave para que Antipas y su<br />

esclava subieran á ella.<br />

Todos saltaron á tierra, exceptuando seis hombres que se quedaron<br />

para custodiar las barcas.<br />

La comitiva, llevando la litera de su señor en hombros, cruzó las<br />

calles de Bethsaida.<br />

Los vecinos se asomaban á sus angostas ventanas, llenos de curiosidad.<br />

Antipas, que tenía en sus venas la podrida sangre de su padre, no<br />

concedió ni una hora de descanso á sus esclavos.<br />

Los infelices se vieron precisados á comerse audando la ración de<br />

torta de maíz y de higos secos.<br />

Así cruzaron el espeso bosque de Jabes,<br />

Los soldados invocaban en sus maldiciones á todos los dioses terribles<br />

del Olimpo<br />

Eran libres y romanos, tenían al menos (se consuelo; pero á los<br />

esela\os sólo les tocaba obedecer y morir de fatiga con la sonrisa<br />

en los labios.

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