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370 EL MARTIR<br />

VOZ nos molesta. » Sin embargo, yo cantaba sin hacer caso de sus<br />

desprecios. Llegó la noche, y fui á refugiarme á la sombra de un<br />

sicómoro en el valle de los Cedros; pero no pude dormir, porque un<br />

ruido extraño como el de la tempestad que se aproxima en medio de<br />

un bosque, llegaba á mis oidos. Al dia siguiente, cuando Jerusalen<br />

despertó, un grito de terror, de asombro, de espanto, brotó de todas<br />

las gargantas. Un numeroso ejército habia cercado las murallas de<br />

Naim, y las máquinas de guerra de los romanos comenzaban á<br />

romper en pedazos los fuertes muros. Los israelitas se aprestaron<br />

á la defensa, defendiendo palmo á palmo sus hogares; pero al<br />

mismo tiempo, divididos dentro de la ciudad en tres bandos,<br />

cuando el enemigo suspendía los ataques peleaban entre ellos,<br />

olvidando el peligro que les amenazaba y la necesidad que tenian<br />

de conservar la sangre que derramaban.<br />

El anciano de la cítara se detuvo.<br />

El viajero, que le escuchaba con religioso silencio, articuló en<br />

voz baja:<br />

— Pobre pueblo de Israel, maldito, maldito estás como yo.<br />

El narrador continuó:<br />

— Vespasiano era el general de los soldados del Tíber. Su valor se<br />

estrellaba inútilmente con los fuertes muros levantados por David,<br />

y el tiempo trascurría sin que la triunfadora águila de los hijos de<br />

la loba ondease sobre el monte santo de Sion. Por entonces Roma<br />

tuvo necesidad de un emperador, y llamó á Vespasiano, cuya espada<br />

tanta gloria habia conquistado. Tito, su hijo, continuó el cerco de<br />

la ciudad. Diariamente sacrificaba á los prisioneros judíos'en presencia<br />

de los sitiados: algunos eran devueltos á la ciudad con las<br />

manos cortadas. El hambre, la peste, extendieron sobre Jerusalen<br />

su matador aliento, llegando hasta el punto de que las madres se<br />

comieron á sus hijos. El templo cayó convertido en polvo, y cuando<br />

la ciudad no fué más que un montón de escombros, cuando un<br />

millón de cadáveres insepultos alfombraban el suelo maldito,<br />

cuando los cuervos se cernían sobre la ciudad impía. Tito entró<br />

triunfante en Jerusalen; y el pueblo judío, pobre, flaco, humillado,<br />

se dispersó por el mundo, sin patria, sin hogar, sin religión, sin ley.<br />

El anciano de la cítara guardó silencio, y dos lágrimas se despren<br />

dieron de sus párpados.

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