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EL MÁRTIR DEL GÓLGOTA 393<br />

La travesía era larga, pero Cingo no olvidó nada: la tienda, los<br />

odres para el agua, las cajas paralas provisiones, las mullidas pieles<br />

para la noche, los matelots para los aguaceros, y los perros guardadores<br />

del sueño.<br />

Sin embargo, no partía, porque una mujer le preocupaba hasta<br />

el punto de robarle el sueño: Enoe.<br />

La hermosa egipcia vivía con él en la casita del arrabal, dócil,<br />

sumisa, obediente; más que un ser vivo, parecía un autómata desde<br />

la muerte de Antipatro.<br />

Jamas despegaba los labios. Su eterna melancolía, su inmobilídad,<br />

su retraimiento, desconcertaban al feroz negro, el cual no se<br />

atrevía á molestarla ni con su conversación.<br />

Ella no ignoraba que su amante habia sido asesinado por Cingo;<br />

sin embargo, sus labios no pronunciaban ni una queja, ni una reconvención.<br />

Llorar, permanecer horas y horas acurrucada en un rincón de su<br />

aposento, con las manos cruzadas sobre sus rodillas y la mirada fija<br />

en el suelo, era su vida.<br />

Así trascurrieron algunos días.<br />

Cingo procuraba en vano descifrar el pensamiento de aquella<br />

joven encantadora, que hacia latir y estremecer su corazón de<br />

acero.<br />

Débil como un niño ante la indiferente hermosura que le despreciaba,<br />

no se atrevía á dirigirla la palabra, por no molestarla en sus<br />

profundas reflexiones.<br />

Falto de resolución ante el dolor y el ensimismamiento de Enoe,<br />

Cingo temía emprender-el viaje.<br />

Partir sin ella era de todo punto imposible, porque la amaba con<br />

delirio; dejarla en Judea era dejar la mitad de su vida, todas sus<br />

ilusiones, todos sus hermosos sueños de felicidad.<br />

Esperar una recompensa para el amor que devoraba su pecho,<br />

era casi un imposible.<br />

Cingo comenzaba á sentir un vacío en su cerebro.<br />

Temió volverse loco, y una noche, resuelto á arriesgar el todo por<br />

el todo, sentándose al lado de la esclava, la habló de este modo:<br />

— ¿Sabes, Enoe, que voy á abandonar la tierra de Israel?<br />

— Haces bien, si no tiene encantos para tí.

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