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CAPITULO XI.<br />

LA OVEJA DESCARRIADA.<br />

Magdalena cerró desde aquel dia las puertas de su Palacio.<br />

Sus alegres tertulianos formaron mil conjeturas sobre aquel<br />

cambio inesperado.<br />

Poco tiempo después, el antiguo castillo de Mágdalo había cambiado<br />

de dueño.<br />

Su nuevo propietario era un alcabalero de Cafarnaum que se<br />

había hecho rico con las recaudaciones de los pobres contribuyentes<br />

de Galilea.<br />

Magdalena distribuyó toda su fortuna entre los menesterosos de<br />

las cercanías.<br />

Algo más tranquila su conciencia, se encaminó á Bethania en<br />

busca de sus hermanos, para pedirles perdón por sus pasadas<br />

culpas.<br />

<strong>Mi</strong>entras tanto, dos discípulos de Juan llegaron á las orillas del<br />

lago de Genesareth con la infausta noticia de la muerte de su<br />

maestro,<br />

Jesús, con alguno de sus discípulos, se embarcó en una nave cruzando<br />

el lago de Galilea; se encaminó' al desierto de Bethsaida,<br />

donde permaneció algunos dias.<br />

Magdalena llegó á Bethania, y al hallarse junto á la puerta de<br />

aquella honrada casa que la habia visto nacer, cayó de rodillas,<br />

besando humildemente el polvo de la tierra.<br />

Marta la hacendosa vio una mujer que sollozaba, con la frente<br />

hundida en el suelo.<br />

Aquella mujer iba pobremente vestida con un túnico de lana de<br />

color oscuro.

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