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DEL GÓLGOTA 13<br />

jcstad sobre sus hombros, y la mirada de sus ojos garzíjs resplandece<br />

como la luz del dia.<br />

Una pobre mesita de pino, que por la extremada limpieza de su<br />

madera reluce como la plata bruñida, so halla dispuesta en mitad<br />

del reducido espacio de la cabana.<br />

Frugal es la cena; pero la paz y el amor se cobijan bajo aquel<br />

modesto techo, y diariamente dan gracias con labios fervorosos al<br />

Dios invisible de Abraham por su eterna bondad.<br />

El anciano bendice con patriarcal acento los manjares, y todos se<br />

disponen para la cena.<br />

— ¡ Cuánto trabajas, José ! — exclama la mujer, colocando un<br />

plato de verduras cocidas delante del anciano.<br />

— Bendigamos á Dios, alaría, que así lo dispuso, — resjjonde<br />

José. — Más me conduele este tierno infante.<br />

— Jamas el cansancio entorpece mis miembros. ¡ Soy tan feliz<br />

viviendo en el seno de vuestra pobreza!... <strong>Mi</strong> fortuna es vuestro<br />

amor, — dice á su vez el j\iño.<br />

Y su voz tiene un eco dulcísimo que llega hasta lo más recóndito<br />

del alma, causando un bien indefinible.<br />

— Hijo de mi corazón, —exclama María depositando un amoroso<br />

beso en la frente del Niño, — el pan del destierro es amaig(j como<br />

la hoja de la adelfa, negro como las alas del cuervo, duro como las<br />

piedras angulares del templo de Sion. Y Tú, alma de mi alma, ser<br />

de mi ser, depósito sagrado que Jehová me concede para endulzar<br />

mis penas. Tú, hermoso Niño, que tienes la majestad de los reyes<br />

de Israel en la frente, la sonrisa de los ángeles de Abraham en la<br />

boca, y el destello del Dios invisible de Moisés en la mirada, sufres<br />

y padeces los rudos embates de nuestra pobreza sin que una queja<br />

ni un suspiro se escapen de tus labios, rojos y frescos como la flor<br />

del terebinto que crece en el valle de Zabulón.<br />

— \!a Ire, — respondió el Mño con una gravedad admirable, —<br />

Dios mi Padre así lo ha escrito. Acatemos sus fallos: es])eremos la<br />

hora designada.<br />

— ¡ Oh, Jesús mío ! Tus palabras resuenan como las arj)as de<br />

y fué el mismo que los sayones se jugaron en la cumbre del Gólgota el dia de su<br />

cruel muerte.

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