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S74 EL MÁRTIR<br />

Libre de la conjuración de Paulo, gracias al incansable celo de<br />

su esclavo Cingo, y navegando hacia sus costas, seguro de la gente<br />

que le escoltaba, apenas la quilla de su galera rasgó las aguas del<br />

Mediterráneo, mandó á sus esclavos que para mayor seguridad pusieran<br />

una cadena al cuello á sus hijos.<br />

El comandante de la flota y el centurión Antonino miraron<br />

aquella orden con repugnancia, censurando aquel acto de í)arbarie<br />

paternal en el fondo de su conciencia; pero ateniéndose á las ordenes<br />

de su dueño, no se atrevieron á oponerse.<br />

Aristóbulo y Filipo conocieron desde aquel momento el desastroso<br />

fin que les aguardaba; pero eran jóvenes y valientes, y su<br />

padre no pudo ver en sus labios más que una sonrisa de desprecio,<br />

y en sus ojos una mirada de odio.<br />

La flota llegó sin tropiezo, después de algunos dias de viaje, á las<br />

costas de Fenicia.<br />

Heródes vio desde el castillo de popa de su galera las altas cordilleras<br />

del Líbano, y mandó al piloto que atracara las galeras en el<br />

puerto de Berilo, que cual un ave marina se veia sobre una roca á<br />

dos millas del mar en las riberas del Mediterráneo occidental.<br />

El piloto dirigió la proa de sus naves hacía la costa; y una hora<br />

después, los remeros, abandonando sus banquillos, amarraban la<br />

na\e en las estacas y fuertes argollas del embarcadero de Berilo.<br />

Heródes manifestó al comandante de la flotilla que quería desde<br />

aquel punto hacer el viaje en litera, y después de distribuir una<br />

suma considerable entre los tripulantes, desembarcó sobre la<br />

playa, siguiéndole Antonino con su centuria.<br />

Entonces la escolta del rey tributario y los habitantes de Berito,<br />

que habían acudido atraídos por la curiosidad, presenciaron una<br />

escena terrible, cruel é inhumana.<br />

Heródes habia mandado á sus esclavos que armaran su litera, y<br />

se hallaba echado muellemente sobre sus almohadones, hablando<br />

con su esclavo Cingo, mientras desembarcaban los caballos de la<br />

centuria que debían escoltarle hasta Jerusalen.<br />

— Cumple mis órdenes, Cingo, y despachemos, — dijo Heródes<br />

á su esclavo; — tengo grandes deseos de entrar en Jerusalen y ver<br />

á mí hijo Antipatro.<br />

Cingo se separó de la litera y fué á reunirse con los esclavos, que

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