libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
de la injusticia y la exclusión y conseguir, aunque sea con la debilidad del
concepto y la fragilidad de la palabra, que esta historia de horror no se
repita, que nuestras ciudades dejen de ser el cruento escenario del oprobio y
la marginalidad.
Pareciese que los asuntos de justicia y paz se redujeran a un ejercicio
académico, filosófico y literario y que éste fuera inocuo. No lo creemos. El
intelectual orgánico del que hablaba alguna vez Antonio Gramsci Recuerda
por ejemplo, las palabras de Arquelao (“El justo y el injusto no son productos
de la naturaleza, sino de la ley”) y de Platón (“Los hombres temen a la
injusticia porque tienen miedo de ser sus víctimas, no porque les desagrade
cometerla... La justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte”).
Dante Alighieri (“Somos partidarios de grandes proyectos para tratar con
más justicia al común de los mortales, pero permanecemos indiferentes a
las necesidades de las personas, que están más cerca de nosotros”) y Blaise
Pascal (“hay pues que unir la justicia y la fuerza y conseguir así, que lo justo
sea fuerte y lo fuerte sea justo”).
La Rochefoucauld (“El amor a la justicia no es en la mayoría de los casos
sino el temor a sufrir la injusticia”), Montesquieu (“La ley debe ser como
la muerte, que no exceptúa a nadie”) y Joseph Joubert (“La justicia es la
verdad en acción”). Francisco de Quevedo (“Donde hay poca justicia es
grave tener razón”), Santiago Ramón y Cajal (“¡Felicísimo país el nuestro
en donde la casaca ministerial, la toga y el blasón no delinquen jamás!”)
y Diego Quiñones Estévez, prestigioso catedrático español en asuntos
religiosos (“Las víctimas del terrorismo, nuestros Cristos crucificados por
las armas del terror y sus aliados totalitarios, forman parte de la historia
de nuestro sufrimiento. Nuestra responsabilidad es que su sangre no siga
siendo pisoteada sino redimida por una justicia libre de las ataduras y las
barrabasadas despóticas de un poder y de un terror insaciables”).
Sin embargo, estas reflexiones obligan a hacer un paréntesis en nuestros
agitados días y evaluar cuál ha sido nuestra pragmática frente a los desafíos
que nos impone nuestra turbulenta y dramática realidad. Recordar, verbo
y gracia, aquella célebre proclama eclesiástica: “Bienaventurados los que
abogan por la causa de los pobres, los marginados y los vulnerables; Los que
tienen hambre y sed de justicia; los que son perseguidos por hacer el bien,
trabajar por la paz y luchar contra la exclusión y la inequidad...”. Evocar,
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