libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
decía Ricardo Díaz Hochleitner, académico de la UNESCO (“Los desafíos
educativos del siglo XXI”), que nuestra educación es una variable decisiva
en toda ecuación de cambio y desarrollo humanos.
Los cuatro aprendizajes, pilares del Informe dado a la UNESCO por
Jacques Delors, expresidente de la Comisión Europea (1985-1995), en
1996: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir con los
demás y aprender a ser… elementos que deben formar parte auténtica y no
declarativa del quehacer curricular que recoge las verdaderas rutinas de la
escuela. El psicólogo estadounidense Jerome Bruner (“La educación, puerta
a la cultura”) plantea que saber algo o aprender, son acciones situadas y
distribuidas socioculturalmente.
Los niños que realizan complicadas operaciones aritméticas vendiendo dulces
en la calle, curiosamente, obtienen notas desaprobatorias (“se rajan”) en los
exámenes más simples de la escuela. Se muestra así, ese desajuste existente
entre el aprendizaje y el contexto significativo. Los esposos Ann Brown y
Joseph Campione, pioneros de la teoría sobre los procesos metacognitivos,
plantean que los colegios son comunidades de aprendizaje en las que hay
procedimientos, modelos, canales de retroalimentación y otras cosas por el
estilo que determinan cómo, qué, cuánto y de qué manera se aprende. Lo que
hace que el niño aprenda es su participación en lo que algunos denominan
“una geografía cultural” determinada.
La persona propiamente dicha debe concebirse según David Perkins,
investigador de la Universidad de Harvard, no como un núcleo puro y
de permanente individuación, sino como la sumatoria, un enjambre de
participaciones. Las bellas metáforas platónicas al ilustrarnos cómo el saber
proviene del interior del ser humano y cómo aprendemos a través de una
serie de interrelaciones que establecemos con nosotros mismos, nos plantea
cómo el saber está allí en nosotros y es causa eficiente y final en nuestras
investigaciones.
El saber depende, en su aprendizaje, de lo vivido. Aprender, entonces, desde
esta perspectiva, es un recordar, un volver a poner en escena un saber que
antes, a pesar a estar allí, no habíamos logrado hacer nuestro. La lectoescritura
entra a reforzar y a facilitar la expresión de ese saber y nos ayuda a
recordar lo que ya sabemos. Los conocimientos por sí mismos son vacíos y
pueden tener una simple utilidad instrumental.
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