libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
liberalizante, en síntesis, no es la característica esencial de la labor pedagógica.
Se pretende desconocer la profesionalidad y solvencia académica del
personal docente lo que es injusto e irreal. La actual estructura curricular
hegemónica propicia un desempeño aislado y fraccionado. El individualismo
y la competencia personal son fomentados y perpetuados por estructuras
curriculares rígidas y jerarquizadas. No existen ejes de integración y
articulación; la acción docente se mueve en ambientes finamente delineados
y diagonalizados por la concurrencia de perspectivados micropoderes. La
investigación no es un elemento central de la dinámica curricular en nuestro
sistema educativo, colocando en una posición cuestionable las alusiones a la
calidad y la excelencia del proceso mismo.
A veces, con mucha diligencia, se hace un énfasis institucional en procesos
curriculares interesantes y novedosos, pero cuando se llega al último grado,
la institución no puede seguir con ese trabajo formativo integral, sino que
tiene que preparar al estudiante en el atiborramiento de una información
memorística, ensayarlo en responder pruebas cerradas y mal llamadas
“objetivas”, pagar altos costos por organizar cursos de entrenamiento para
las pruebas de Estado y para acceder al mundo deontológico, “serio” y
verdadero de una “Educación Superior” donde los jóvenes ya no saldrán
bachilleres del colegio, sino del Icfes que reniega de manera irresponsable
de los atavismos didácticos y pedagógicos y de las prácticas inveteradas de
la vieja escuela.
La evaluación como proceso inherente a todo desarrollo educativo, ha sido
marginado de nuestro proceso curricular por influencia -entre otras causas- de
la heteronomía existente dentro y fuera del aula (la fuerza de la normatividad).
La evaluación se ha caracterizado por ser un proceso intermitente, por saltos,
por intuiciones, que propician un ambiente favorable a la improvisación y al
eventualismo. La cultura evaluativa no ha podido ser introyectada como un
fenómeno necesario y connatural al quehacer académico.
Se considera que se debe avaluar porque “algo anda mal”. El carácter punitivo
que acompaña al proceso evaluativo, no ha permitido entender la incidencia
e importancia del mismo. El aprendizaje se restringe a la memorización
acrítica de informaciones y al entrenamiento en prácticas congeladas, en
recetas que parecen no tener ninguna relación con su origen teórico (si es
que la tuvieran), sino que parecen haber sido creadas por individuos que
202