libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
Ejemplos de ello, son las facultades de Economía y Administración de
empresas que siguen sacando “gerentes generales de asuntos sin importancia”
y las facultades de Derecho que pavimentan las calles de la ciudad con
abogados expertos en el litigio huero, sugestivo y marrullero a través del
cual se trata de convencer a un aletargado juez y un obnubilado auditorio a
través de las acrobacias verbales de defensores y las exaltaciones paranoides
de fiscales que nos recuerdan los magros y delirantes pasajes kafkianos y el
frenético panóptico de Foucault.
No podemos dejar que siga prosperando en nuestros claustros una visión
ahistórica del mundo transversalida, aparente y fugaz, iluminada por los
vagos fulgores de la ciencia y la tecnología. Un connotado rector de un
centro educativo pretendió cierta vez, al considerarlas inocuas, “erradicar”
el estudio de la Historia y de las Ciencias Sociales del pénsum escolar de
su plantel. Proscribir la historia de nuestras aulas, es negarle al mundo
disciplinar científico su papel dialéctico y transformador; es, además de
esclerotizar sus contenidos, castrarle su connatural criticidad a educandos
y educadores y tornar en sacrosantos e infalibles los paradigmas sobre los
que se fundamenta la disímil y variable pluridimensionalidad del quehacer
científista, tecnocrático y cultural.
Pero cuán equivocados están aquellos que creen que al hablar de Historia,
nos estamos refiriendo a aquellas tediosas y “magistrales” exposiciones;
aquí estamos haciendo alusión a ese trasegar estrepitoso y presuntuoso de
ideas que pone a desfilar por las pasarelas de la historia a hombres y mujeres
cuyo amplio discurrir espacio-temporal por los espacios siderales de la idea,
se ve restringido inexorable y enciclopédicamente a pingües renglones en
aras de la brevedad y la concreción. Hablar sobre el aporte histórico de algún
personaje, es condenar a un abúlico auditorio a recibir una serie de datos
vacíos y deformes, condenar al texto histórico al ridículo y vulgar papel de
anecdotario y tornar la Historia, al decir del ya citado escritor francés, en
“impúdica y disoluta, cortesana a sueldo de reyes y poderosos, enemiga de
los pueblos, inicua y falsa”.
No existe componente disciplinar alguno que no esté articulado con
la historia; no puede existir en el vasto y ajeno mundo de la ciencia una
tesis doctrinal cuyo camino conceptual no se halle iluminado por una
metodología histórica. Ella es la que nos permite que se abran los vetustos
y rechinantes galpones de la memoria personal y colectiva y de la insulsa
cátedra cotidiana y entre el aire fresco y renovador de la discusión crítica,
compleja y propositiva. La historia debe dejar de ser una fantasía sin esa
base científica que es, a su vez, rememorativa y predictiva. No dejamos de
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