libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
El poeta Pablo Neruda escribió en sus memorias póstumas (“Confieso
que he vivido”, 1975): “Amo tanto las palabras (...) tienen sombra,
transparencia, peso, plumas, pelos, tienen todo lo que se les fue agregando de
tanto rodar por el rio, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces...”.
Las palabras encadenan y liberan, unen o alejan, dilatan y condensan,
absorben o exudan, resisten y desfallecen, crecen o encogen, ascienden y
caen, nacen o mueren, subvierten y restablecen, perturban o conforman, ríen
y lloran, apaciguan o enloquecen, acuden y escapan, abruman o confortan,
resurgen y sucumben, deleitan o fastidian, encubren y revelan, permanecen
o abdican…
Proclaman y acallan, gritan o enmudecen, ovacionan y maldicen,
veneran o proscriben, empujan y detienen, embrujan o exorcizan, recuerdan
y olvidan, contagian o desinfectan, aman y odian, buscan o encuentran,
festejan y desprecian, destruyen o restauran, corrompen y redimen, estropean
o reparan... Las palabras son el semblante del alma, afirmaba Séneca.
En un memorable ensayo (1985), Isabel Allende se refería a “La
magia de las palabras”: “Palabras... palabras... Están en el aire, las lleva y las
trae el viento, puedo tomar la que quiera, son todas gratis, palabras cortas,
largas, blancas, negras, alegres como campana, amigo, beso, o terribles como
viuda, sangre, prisión. Infinitas palabras para combinarlas a mi antojo, para
burlarme de ellas o tratarlas con respeto, para usarlas mil veces sin temor a
desgastarlas.
Están allí, al alcance de mi mano. Puedo echarles un lazo, atraparlas,
domesticarlas. Y puedo, sobre todo, escribirlas. (…) En América Latina
las sílabas se escriben con sangre. Pero tenemos al menos las palabras para
contar a nuestros pueblos, a nuestros países, a nuestro fabuloso continente.
Tenemos palabras para contar la verdad y son muchos los que lo están
haciendo. Por eso, amo tanto las palabras...”.
¡Qué vivan las palabras!
“Medir las palabras no es necesariamente endulzar su expresión sino haber previsto y
aceptado las consecuencias de ellas”.
Abraham Lincoln, presidente estadounidense.
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