libro voces de la otredad

Pedagogía del Conflicto y Cultura de Paz
De pronto, Zorba se detiene, observa las ruinas de la mina y dice: “¡Eh
jefe! ¿Vio alguna vez un desastre más esplendoroso?”. El inglés comienza
a reír y Zorba se desternilla de risa. Entonces la música emprende su fase
más frenética y los dos se arrojan al baile como si fueran las dos personas
más felices del mundo. Quizás nos hace falta, de cuando en vez, ser Zorba,
reivindicar la sabia simplicidad y la perspicaz inocencia que alguna vez
perdimos en el absurdo y prejuicioso transcurrir de nuestra sobria ridiculez
existencial.
Zorba el griego es un canto a la sencillez, una elegía al donaire de la vida
simple y cotidiana, la metáfora del desapego a través de la cual se descubre
el fatuo y tedioso transcurrir de nuestras vidas y el enorme valor que tienen
las pequeñas cosas; la emoción de quien constata que, a pesar de todo, está
vivo y comparte con los seres y las cosas la magia de existir; el sorprendente
hallazgo cuando, a través de las palabras, las personas y los días, se nos
revela ese niño interior que habita en nosotros cuya capacidad de asombro
y de ensoñación permite recrear el mundo y la vida.
“El grito” de Kazantzakis es el epítome expresivo de un alma atormentada.
Nuestro mítico héroe se detiene sobrecogido ante su profunda, inagotable y
estentórea polisemia: enmudece ante el cuadro del pintor noruego Edward
Munch (1893); “escucha” el grito desgarrador de la niñera en el filme de
Serguei Eisenstein (“El acorazado Potenkim, 1925); lo “conmueve” el
patético rugido del “Guernica” de Picasso (1927); disfruta mórbidamente
una de las escenas de los “papas aulladores” del pintor inglés Francis Bacon
(1949)… Y es en ese año donde su lanza su desafiante grito, refrendado
después en su autobiografía “Carta al Greco” (1945).
(…) nuestra alma es un grito. Todos tenemos que lanzarlo antes de morir
y hay que darse prisa. Puede dispersarse, ineficaz, en el aire y no hallar en
la tierra ni en el cielo un oído que lo escuche. Poco importa: no eres un
carnero, eres un hombre, alguien que no está cómodamente instalado… Soy
el hombre más sencillo que existe, pero cuando siento un en mí, no
espero transformarlo en una para complacer a los tartamudos.
Yo no deseo agradar a nadie, tener discípulos ni ser discípulo de nadie. He
venido a este mundo por algunos instantes para lanzar un grito y partir…
Nada más… Mi alma entera es un grito y mi obra, su interpretación…”.
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