libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
En Bangladesh, los hombres aún siguen quemando el rostro de las mujeres que
las rechazan sexualmente y rara vez los penalizan con cárcel. En Afganistán
las mujeres no pueden mostrar el rostro en público, ni salir a la calle sin ser
acompañadas por un hombre y cubiertos su cuerpo y su cara por una burka.
Los códigos islámicos (sharias) de los talibanes, el Estado Islámico y el Boko
Haram, son un ejemplo del brutal sometimiento de que es objeto la mujer
musulmana. En Sudáfrica es práctica socialmente aceptada que el novio,
presuntamente engañado, viole a la esposa en grupo. Un dato más: a 120
millones se eleva la cifra de mujeres vivas a quienes se les ha practicado la
mutilación genital.
Durante siglos la mujer ha sido reducida al papel de bruja, prostituta,
madre o sirvienta. Ahora, ella en su condición de marginada o excluida,
es quien irrumpe en la escena sociocultural contemporánea y subvierte el
orden sacrosanto que ha regido el mundo sempiterno de la patriarcalidad.
En este 8 de marzo, día internacional de la mujer, la frase de la activista
francesa Florence Thomas se convierte en un leve resplandor que ilumina
la oscura e intemporal noche de lo femenino: “Lo mejor de las mujeres es
su terquedad, su valentía y el hecho de que están inaugurándolo todo: la
palabra, la ciudadanía, la participación política, el amor, el cuerpo, el goce
y la rebeldía”.
La gente, más que religión, lo que busca es un encuentro con lo más sagrado de sí
misma, una ley cósmica que le haga reconciliarse con las cosas y con las personas,
mayor fraternidad, menos violencia, menos imposiciones, mayor serenidad interior y
una relaciones más auténticas entre las personas… Es esa espiritualidad la que están
buscando millones de mujeres y hombres sin distingo de raza ni género.
“El gobierno y la sociedad deben hacer todos los esfuerzos necesarios para erradicar
la violencia contra la mujer, incluidos la violencia sexual, malos tratos en el ámbito
familiar y el acoso sexual en el lugar de trabajo”.
Carta de la ONU, 1979.
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