libro voces de la otredad

Pedagogía del Conflicto y Cultura de Paz
infernales temperaturas no les asusta; hace tanto frío en el invierno que las
gélidas oscilaciones del clima no les preocupan… la razón es muy sencilla:
están preparados y guardan provisiones para ello.
El ecologista caucano Gustavo Wilches-Chaux en su libro de Educación
Ambiental “La letra con risa entra”, describe cómo brotan el musgo y el
helecho en la fisura de un muro; el aferramiento de la bromelia al cable
frío de alta tensión; el milagroso florecer de las margaritas y el diente de
león en un barranco ennegrecido por el hollín que expelen los exhostos
de los automotores… Entabla así, con las raíces, un diálogo subterráneo
para comprender cómo la vida surge en la escabrosa grieta e ilustra
pedagógicamente nuestra capacidad de lucha contra la adversidad, esa
sabiduría experencial que el neurólogo francés Boris Cyrulnik en uno de sus
escritos (“La maravilla del dolor”) llamó “resiliencia”.
Al final de su obra que subtitula “Textos y pretextos”, nos sugiere con el
ecólogo social argentino Miguel Gringberg, llevar en nuestra alforja de
viaje algunos elementos vitales: despojar al lenguaje de todo lastre; circular
imperceptiblemente por los senderos del tiempo; llevar el mundo gravoso de
nuestras contingencias como si fuera una prenda holgada; no contribuir a la
contaminación bio-psico-social; fluir como lo hace la luz: sin remordimientos;
diluir las trampas del ego… Simplemente ser. Concluye con el fragmento de
un poema anónimo del siglo XIX: “Si no hubo frutos, valió la belleza de
las flores /. Si no hubo flores, valió la sombra de las hojas… / Y si no hubo
hojas, valió la intención de la semilla”.
Todo esto se convierte en pretexto para descubrir con Lao Tse, en su “Tao Te
King”, la prodigiosa adaptabilidad del agua y su manso poder para destruir la
roca más dura al igual que el misterio y la sutil profundidad de esa sabiduría
natural que nos vuelve gráciles e inasequibles, atentos como aquel que avanza
sobre el río helado, rústicos como un tronco de árbol, humildes como la nieve
que se derrite, vacíos como el exuberante valle, simples como el agua… O
para descubrir con el jesuita Theilard de Chardin que no somos más que vida
evolutiva convertida en consciencia cósmica, materia convertida en duda y
anhelo sideral, instinto convertido en conocimiento telúrico, racionalidad
convertida en vivencia social, volcán en pos de su inminente deshielo, una
flecha dirigida por el arquero celeste hacia el universo.
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