libro voces de la otredad

Pedagogía del Conflicto y Cultura de Paz
recordar aquella frase del filósofo español Juan Vásquez de Mella (1920)…
“Los pueblos se enlazan con la muerte, el mismo día cuando se divorcian de
su historia”.
Cada año, al festejar nuestras efemérides patrioteras, la nación se sume en
el febril recuerdo de aquellos lejanos tiempos cuando un pueblo sediento de
libertad fue engañado por un puñado de hombres que, tras la máscara de un
somnoliento liderazgo medioeval, buscaban calmar su sed inconmensurable
de poder y de riquezas. Salen de los recintos alcanforizados las deformes y
vacilantes figuras de nuestros historiógrafos de librea, a rendirle un homenaje
grotesco a nuestros héroes de museo, sepultureros que cavaron las ansias de
libertad, justicia e igualdad de indígenas y esclavos de aquella época.
Esos picapedreros, extrajeron su fabulario mendaz de las canteras del
servilismo y la genuflexión y levantaron marmóreos bustos a unos hombres
patilludos, educados en universidades europeas que desconocían la tragedia
secular de la América afroindia, henchidos de ideologías feudo-liberales y
de quiméricos programas de gobierno, imposibles de ser articulados en el
proceso histórico-social de América latina.
Ondea en el aire nuestra bandera tricolor que con su satín azul abofetea el
aire contaminado de nuestras ciudades; que con su franja amarilla evoca el
paso de los auríferos galeones por los inocentes mares que no entendían el
vil saqueo de las riquezas coloniales y el rojo, ese cruento color que invoca
la sangre sempiternamente derramada por un pueblo que ingenuamente
creía en las consignas mentirosas de precursores y tribunos de toda laya y
solitarios libertadores que sólo defendían los mezquinos intereses de los
voraces prestamistas ingleses; perversos preceptores que cuidaban con celo
la salida de su patria de la oscura noche feudal para caer, en un desfalleciente
despertar, en brazos del neocolonialismo gringo.
Las páginas de los diarios y los textos escolares se llenan de rememoraciones
heroicas y proceras de batallas que no se dieron, de míticos guerreros que
nunca se inmolaron por la patria, de proclamas y revoluciones importadas, de
biografías mentirosas, de onerosos préstamos extranjeros y de gestas gloriosas
de individuos que luchaban por dejar de ser los siervos incondicionales de
la corona española para convertirse en los amos de un pueblo que nunca
pudo ver, por su ignorancia, la actitud impostora que había tras de sus trajes
militares almidonados. ¿Quiénes fueron verdaderamente esos hombres
cuyas estatuas se levantan imponentes en los parques, indolentes frente a una
realidad histórico-social que los desmiente y que lucha en vano por bajarlos
de sus pedestales?
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