libro voces de la otredad

Pedagogía del Conflicto y Cultura de Paz
En la URSS trabajaba un ejército de 70 censores que prohibieron obras tales
como “lo que el viento se llevó”, “Doctor Zhivago” y las obras de Orwell y
Kafka. El régimen estalinista consideró la obra kafkiana una bisutería y así
se lo hizo saber a los lectores en la biblioteca municipal de Praga, la patria
del autor. Las purgas y la quema de libros y de música clásica “de ideología
burguesa” durante la revolución cultural China (1949-1956) no se hicieron
esperar.
Allí, aún es sospechoso el ingreso de más de 5 biblias o la lectura del poemario
del Nobel de Paz Liu Xiabobo (”Elegías del 4 de junio”) consagrado a las
protestas de 4 de junio de 1989 (el autor sigue en la cárcel). En 1976 los
jemeres rojos colocaron un letrero en la entrada de la Biblioteca Nacional de
Camboya: “No hay libros. El Gobierno del Pueblo ha triunfado”. En la cárcel
de Guantánamo estaba prohibido el ingreso de las novelas de Dostoievsky y
“Archipiélago Gulags” de Solzhenitsyn.
En Chile, una de las primeras acciones del dictador Augusto Pinochet en 1973,
fue mandar a guillotinar miles de libros de la editorial Quimantú que había
fundado Salvador Allende. La sede del partido socialista fue derrumbada a
cañonazos y quemados todos sus impresos. Luego en el conjunto residencial
San Borja, una hoguera se prendió con miles de libros de supuesta orientación
marxista. Esto obligó al cronista uruguayo Carlos Rama, testigo presencial
del bibliocausto a preguntarse: “¿Estaremos condenados a otros cien años de
barbarie analfabeta?
Entre 1976 y 1980, la dictadura argentina mandó a quemar toda “la
documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser
cristiana”. En 1976, en la universidad de Córdoba ardió “El Principito” de
Antoine Saint-Exupéry por considerarlo “enemigo del alma argentina”. El
escritor Mempo Giardenelli narró así la “quema de Sarandi” en Buenos
Aires del 26 de junio de 1980:
“Día frío y gris, pero no llueve (…) Entran y salen camiones cargados de
libros. Son veinticuatro toneladas de libros (millón y medio). En silencio,
suboficiales, soldados y policías vacían lentamente el depósito bajo las
escrutadoras severas miradas de oficiales del Ejército Argentino, algunos
muy jóvenes (…). “De esta manera se quemaban años de saber, de cultura,
de investigaciones, de sueños y ficciones y poesías. Y se quemó una parte
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