libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
adoquines, ese grisáceo y babélico edificio que él ha llamado “civilización”.
Alguien, hace mucho tiempo afirmaba que creemos que nos emancipamos
siempre que titulamos una nueva sumisión con el nombre de libertad.
Terminemos pues, este pesaroso viaje por los caminos de la historia por
donde transitó aquel pudoroso e inocente vocablo, víctima de sórdidas y
lascivas miradas y parafilias de toda clase, recordando aquellas “Estrofas”
lejanas y tristes de Gaspar Núñez de Arce: “¡Libertad, libertad! No eres
aquella / virgen de blanca túnica ceñida, / que vi en mis sueños pudibunda
y bella”.
Podríamos cambiar el sino trágico de la libertad al definirla como esa facultad
que tenemos para escoger nuestras propias servidumbres; afirmar que quizás
nuestras comunidades serán libres algún día cuando logren redimirse frente
a sus déspotas sin convertirse luego en opresoras. Actitud asuntiva, receptiva
y compromisoria, vivencialidades dialógicas, consensos divergentes, tomas
de decisiones activas y efectivas, conciencia actuante y vigilante…
Todo ello hace parte de ese equipaje necesario para marchar por los senderos
de la historia tras la conquista de sus derechos y en busca de sus ideales
libertarios. Con el escritor español Manuel Azaña y a manera de colofón,
diremos que “La libertad no hace felices a los hombres, los hace simplemente
hombres”.
Con el economista y filósofo inglés John Stuart Mill, concluimos que “La
única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien
por nuestro propio camino siempre que no privemos a los de más del suyo”.
“Cuando la sociedad haya sido completamente purificada por estas tribulaciones,
fatigados los hombres por tantos horrores volverán plenamente a la práctica de la
justicia (…). El consuelo sucederá a la desolación y los días de salud harán olvidar,
por su prosperidad, las angustias de la ruina”.
Profecía de Santa Hildegarda, siglo XII.
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