libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
IMAGINARIOS PEDAGÓGICOS.
TRAVESÍAS Y DESVIACIONES
No se puede culpar al maestro de las desatinadas políticas educativas
que tanto daño le han hecho a nuestras comunidades locales y raizales,
erratizando muchas veces su rumbo y su andar. Sabemos que el maestro
ha sido históricamente víctima de ellas. La sociedad sólo se ocupa de los
maestros para exigirles, pero una vez que el Estado tiene que retribuirles su
ingente esfuerzo con estímulos (capacitación, salud y bienestar integral) y
reivindicar de alguna manera su rol protagónico en lo social, todo ello pasa
a un segundo plano.
Tenemos un alto y alarmante índice de trastornos siquiátricos en el
magisterio. Es tarea perentoria del Estado y la sociedad civil comprender,
valorar y dignificar la dura labor del maestro. La escuela está sobrecargada
e infligida por una función prometeica, descomunal e insoportable: preparar
para la vida y el trabajo, promocionar la cultura y, a la vez, formar ciudadanos
íntegros. Aun así, la institución educativa es deslegitimada y estigmatizada
por una sociedad que le ha endilgado centenariamente un sentido de culpa,
haciendo que sobre ella recaiga toda la responsabilidad por los males
endémicos que la afligen.
Nuestro aparato educativo se diseñó sobre una plataforma
criteriológica de dogma y predicibilidad a sabiendas de que la gnosis es
un puente tendido entre lo que sabemos que es nada y lo que ignoramos
que es todo. El imperativo de los nuevos tiempos es formar seres con altas
dosis de racionalidad y sensibilidad, conocedores del contexto histórico
y la problemática sociocultural de sus comunidades; con un andamiaje
conceptual y vivencial sólido, una estructura raciovitalista que le permita
afrontar de manera activa, comprometida y decidida, la compleja realidad
sociopolítica que cotidianamente los interpela.
El educador debe dejar de creer que se acabaron las preguntas y que
tiene todas las respuestas; debe aprender a vivir en la incertidumbre sin
satanizarla: ella exige personas calificadas para asumirla y trascenderla. La
institución educativa debe dejar de ser ese castillo inexpugnable y misterioso
donde se observan contemplativa e impasiblemente, desde sus altivas y
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