libro voces de la otredad

Las voces de la Otredad
entendidos, nacen en la periferia. Dicen que no nos necesitan, pero
notamos cómo nos ponen demasiado cuidado. Se incomodan porque no
le apostamos mentirosamente a ese mundo de imposturas donde reinan
lo obvio y lo trivial.
• Generamos a lo largo de nuestra vida momentos intermitentes de ilusión
o desengaño que unas veces nos acercan a la alegría y, otras tantas, al dolor
y al sufrimiento ofreciéndonos una visión distorsionada de la realidad.
Sólo conociéndonos de verdad, podríamos quitarnos esos engañosos
“velos” y descubrir lo maravillosa que es nuestra singularidad.
• Los imperativos categóricos llámense deberes, compromisos o exigencias,
nos producen urticaria sobre todo cuando son producto de imposiciones
y verticalismos. Ya no creemos en las prédicas maximalistas ni en los
referentes axiológicos tradicionales… a esto, algunos custodios de “las
buenas costumbres” lo han llamado crisis de valores.
• Las tecnologías de la información anuncian la muerte de la privacidad.
Hemos sacrificado nuestra intimidad en pos de la comodidad que ofrece
toda la parafernalia mediática. Ante un mundo frenético y paranoide
como el nuestro, clamar por la protección de nuestra privacidad es como
pedirle a un voyerista que instale las persianas de nuestra casa.
• Las realidades sociopolíticas y recurrentes que vivimos a diario cargadas
de fingidos perdones y olvidos deliberados, niegan la máxima aquella
que asegura que quienes olvidan su pasado están condenados a repetirlo.
No sabemos si Borges, nuestro venerable ciego, estaba equivocado al
pensar que el olvido es la única venganza y el único perdón.
• Bajar a la mitad el número de pobres que hay en el mundo, fue una de las
mentirosas y fallidas metas del milenio propuestas para el 2015. Quedó
en veremos la construcción de un “Museo de la Pobreza” para que las
futuras generaciones recuerden los horrores que sufrieron millones de
personas, víctimas de la miseria y la exclusión.
• La cultura de lo eficaz, pragmático, medible y verificable ha entonado
un codificado réquiem por las utopías. Éstas, caquéxicas y exánimes,
no pueden defenderse y menos, hacer uso de la filosofía política como
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